Después de haber abierto brecha en las encuestas con Podemos, Pedro Sánchez se ha propuesto ser la alternativa real de la izquierda al Gobierno de Rajoy. Así lo aventuraba el presidente valenciano Ximo Puig esta semana en EL ESPAÑOL: "La legislatura está muerta, Sánchez puede ser presidente".
Sin embargo, lejos de hacer sombra a un desnortado y grogui PP, los socialistas han cerrado una semana negra. Y ello tras haber aprobado unas nuevas normas de funcionamiento interno que refuerzan el poder del secretario general.
Un charco tras otro
Hemos visto cómo el PSOE ha apoyado la censura en ARCO y luego ha tenido que rectificar, también cómo se ha puesto en evidencia al no respaldar a su eurodiputada Elena Valenciano para liderar el grupo de los socialistas europeos, o al anunciar la presencia de González, Zapatero, Almunia y Rubalcaba en unos cursos que alguno de los protagonistas cuestiona al señalar que ha conocido la noticia por la prensa. Incluso hemos asistido a la derrota de una votación que tenía ganada en el Congreso sobre la renta básica por la ausencia de cinco de sus diputados.
Hay razones para pensar que los males del PSOE no son producto de la casualidad o la mala suerte. Sánchez está al frente de un partido dividido y de un grupo parlamentario desmotivado. Ganó las primarias, pero el poder institucional sigue, fundamentalmente, en manos de quienes fueron sus oponentes -Susana Díaz, Puig, Lambán, Vara, Javier Fernández, García-Page- y, aunque no están jugando abiertamente a la contra, siguen sin creer en él.
El partido antes que las personas
Seguramente turbado por esa situación, Sánchez da la imagen de que busca exhibir poder orgánico antes que ganarse a los ciudadanos, de que antepone su supervivencia a los problemas de las personas. Con el problema añadido de que, al hilo de la crisis en Cataluña, ve crecer como rival político a Albert Rivera, que le disputa el centro izquierda.
Sánchez debe mejorar la estrategia y la comunicación si quiere tener opciones de consolidarse y de aspirar a derrotar al PP. También ha de volver a mirar a la calle y coger banderas tradicionales de la socialdemocracia, como las pensiones y los derechos de los trabajadores y de los colectivos desfavorecidos. Pero además, en un momento de crisis nacional por la amenaza separatista, tiene que definir mejor el modelo de España que defiende.