En el Salón del Libro de París he visto cosas que no creeríais: lectores con carros de la compra, sí de esos carritos de ir al mercado, paseando entre las estanterías de los stands y llenando las alforjas, colas kilométricas esperando a los autores de Gallimard, lectoras con la lista de novelas apuntada en un papel con un montón de títulos que iban tachando minuciosamente, niños y niñas amontonados en tapices donde disfrutaban de las últimas novedades de fantasía, editores independientes compartiendo experiencias vino en mano, zonas donde comer y beber y recargar energías; libros de bolsillo a dos euros, conferencias y charlas a la misma hora en diferentes puntos del gigantesco salón; el Presidente de la República, Emmanuel Macron, y la ministra de cultura, Françoise Nyssen, inaugurando el evento, saludando a editores, autores y dejándose llevar por las estanterías durante mucho rato. Mucho más allá de la foto para la prensa.
No era un sueño irrealizable. Era una ciudad, un país, mostrando su respeto hacia la cultura, hacia los libros. “La ministra es la mujer perfecta para el cargo”, dijo un joven editor a mi lado. El otro asintió. Y la otra. Y el de más lejos. Y yo me imaginé lo que estáis rumiando. Qué extraño que se diga eso de un político, pensé en plan vieja que reza desde la esquinita. La trayectoria de la ministra Nyssen es inmaculada: editora de Actes Sud, fundadora de la Ecole du Domain du Possible y promotora de muchos proyectos culturales más allá de lo literario. En fin. Como si un buen médico fuera ministro de sanidad o un maestro con mucho oficio, de educación, por resumir.
Lo que viene a ser… respeto.
Y todo eso, en un Salón del Libro al que se accede pagando entrada. Ups. Y, además, el salón era un ir y venir de lectores y lectoras bolsa (con libros) en la mano.
Confieso que al llegar al metro Porte de Versailles, no es el centro de París, pensé que me había equivocado de lugar. La entrada estaba colapsada, una multitud se agolpaba en las numerosas puertas y buscaban los accesos al recinto ferial del libro como si fuera un concierto o la champions. Dentro, el paraíso de los lectores. Editoriales, librerías, talleres, imprentas, charlas, conferencias, expositores, autores y miles de libros, novedades y clásicos, ediciones de lujo y de bolsillo, cafeterías, puestos de ostras, golosinas, garrapiñadas y hasta souvenirs, libretas, tazas y esos recuerditos apetecibles. Y allí, sentadito en mi mesa, con mi libro traducido al francés y un bolígrafo que tenía todas las papeletas para no estrenar, disfruté como los niños frente a un montón de palabras. Ay, la tienda en París. Qué te creías.
No sólo estrené la tinta, sino que la gasté mezclando palabras en uno y otro idioma. Con más o menos torpeza. Con más y mucha ilusión. Francesas o parisinos que se acercaban al mostrador y preguntaban por la novela, le daban la vuelta, leían la contra y, sí, se la llevaban firmada. Pas belle la vie?
Y como homenaje a la película de Ana Belén, Españolas en París, mi stand de Sol y Lune Editions se convirtió en una embajada de estudiantes, Erasmus, trabajadores emigrantes y viejos amigos que, libro en mano, comentábamos las estrecheces de los pisos de París y el placer de encontrar voces amigas. “¿Un vino? ¿Has visto cuánta gente alrededor de los libros? Y fuera está nevando… Aquí dentro está la primavera”.
Pd.: Va por esa lectora que, en un día de nieve y frío, atravesó París hasta el Salón del Libro con su madre, enferma de alzheimer y en silla de ruedas. Va por ella, por ellas, por el libro firmado, por el beso y por todos los verdaderos insumisos: la gente que lee.