El ex comisario político de Convergència en La Vanguardia, Jordi Barbeta, publicó la semana pasada la pieza titulada "La manada, el poder de la extrema derecha" en el digital del ex director de La Vanguardia José Antich, El Nacional. Sostiene Barbeta: “Hay efectivamente un ambiente propicio que fomenta el odio y la violencia que recuerda el ascenso del fascismo en los años treinta. Hay organizaciones creadas desde el poder del Estado —Ciudadanos, Societat Civil Catalana— que se desmarcan de los actos violentos, pero dan cobijo a los fascistas. Incluso el Partit dels Socialistes de Catalunya no ha tenido inconveniente en desfilar cerca de falangistas y neonazis”.
Ni Ciudadanos ni Societat Civil Catalana los creó el Estado, ni cobijan a fascistas. El periodista miente, y salta de profesión para convertirse él mismo y su medio en destinatarios de su advertencia. Sí, Barbeta, sí Antich, hay efectivamente un ambiente que fomenta el odio y la violencia y que recuerda el ascenso del nacionalismo totalitario en los años treinta. Cuando la verdad dejó de importar un adarme.
Cataluña se ha vuelto irrespirable. El viejo nacionalismo, el del saqueo público y la mordida privada, que auxiliaba con ánimo de lucro a cualquier gobierno español sin mayoría absoluta, pereció por la temeridad de Artur Mas. Hoy, las bases de aquella cleptocracia se han entregado a algo inviable y explosivo, aunque, al modo de los niños asustados, se tapen los ojos creyendo borrar la realidad.
Vengan lazos amarillos, los unos por pena, los otros para que no se diga; estos por demostrarse algo, aquellos por sentirse acompañados. Y al frente, la manada. Cobardes valentones que enseñan los dientes en las redes, destrozan sedes, amenazan e injurian.
En el tránsito de la cleptocracia a la oclocracia cooperan dos clases. Una, los viejos ladrones que ven derrumbado su montaje, cuando todo podía venderse, desde las concesiones de obra pública hasta las enmiendas legislativas en el bar del Palace. Dos, una masa sensible al señalamiento de enemigos. Los primeros quisieran regresar a su paraíso perdido y trabajan en la restauración del pasteleo con ayuda de la parte traidorzuela de la derecha capitalina.
Hasta los rostros se ponen amarillos cuando ven a Inés Arrimadas ganar las elecciones y luego marcarse una sevillana. Patéticos desfilan hacia el callejón sin salida del "espai comunicacional català", que mantiene las conciencias en salmuera. Fracasado el golpe, manda de iure un gobierno español empeñado en lanzar guiños a los señores caídos de un régimen finado e infame.