Hasta en lo de Mikel Izal, un tema que debería acabar con unas cuantas querellas por calumnia e injurias con el agravante de publicidad, hay equidistantes. Son los que dicen que lo del cantante “no es delito” pero que sus formas “no fueron las correctas”. Ya ven que el equidistante tiene, como jurista de tres al cuarto, el ojo de águila necesario para distinguir el océano Pacífico de un vaso de agua y hasta al Caníbal de Milwaukee de un bebé de teta. Como moralista, sin embargo, su baremo es el mismo que el de un talibán de los montes Kuh-i-Baba.
Como adicto a la oligofrenia habitual en las redes sociales y tras un somero vistazo al caso Izal me ha quedado claro que aquello de “machete al machote cómeme la regla mi coño es poderoso” no resiste en la realidad medio whatsapp del cantante mojabragas de turno. Menudo feminismo adolescente de pitiminí ese que presume de liberador y empoderador pero que trompetea “¡retirada!” en cuanto aparece en lontananza el primer pantalón pitillo con Fender enarbolando cuatro rimas de vergüenza ajena. Hasta para eso son viejas estas mojigatas que utilizan Twitter como las beatas sevillanas de mantón y peineta utilizan el abanico desde hace siglos.
No soy yo sino la feminista Camille Paglia la que defiende la educación sexual diferenciada para niños y niñas y el modelo de feminidad de la mujer sureña americana. Es decir el de Scarlett O’Hara y Ava Gardner. Que es, sin ir más lejos, el de la mujer balcánica. Esa que no se mete en la cama con un tipo antes de que este se haya bebido un par de cientos de cafés con ella y que luego, consumada la coyunda, es capaz de triturar las entrañas de su hombre con las muelas, hacerse un consomé con su alma y estampar su autoestima contra el muro más cercano si este no cumple con los estándares de la masculinidad más tradicionales. Una serbia te pilla a Mikel Izal por banda y hace con él lo mismo que un misil Hellfire con un tanque de setenta toneladas: convertirlo en una puta lata de Coca-Cola humeante.
Pero vayamos a lo serio, que aquí (casi) todos somos adultos. Ahí va un axioma: no existe un solo individuo sobre la faz del planeta Tierra cuyos más inocentes mensajes de móvil sean capaces de resistir, aislados y sacados de contexto, el escrutinio paranoico de una horda de mojigatos con antorchas. Si los mojigatos tienen menos de treinta años, cuarenta si me apuran teniendo en cuenta los tiempos que corren y la infantilización acelerada de la sociedad, ya puede darse ese individuo por jodido.
Y es que aquí nadie ha inventado nada y menos que nadie esos millennial que creyendo aplicar la justicia social del pueblo andan replicando las viejas y siniestras cazas de brujas del totalitarismo estatal. Lavrenti Beria, mano derecha de Stalin y uno de los más reputados carniceros jamás producidos por esa insigne trituradora de carne humana llamada comunismo, lo dijo mucho antes que ellos: “Usted deme al hombre que yo me encargaré de buscarle el delito”. O el mismo Richelieu, tres siglos antes: “Denme seis líneas escritas por el hombre más honrado y yo encontraré algo por lo que colgarle”. Entiendan “delito” no en el sentido estrictamente jurídico del término sino en el de “cualquier ofensa, real o imaginada, pero preferentemente imaginada, capaz de excitar la sed de pureza moral de la chusma”.
Acabo con una frase del general Patton dirigida a su mujer. “Cariño, cada vez se me hace más larga la espera entre guerra y guerra”. A mí me pasa lo mismo con las cuarenta y ocho horas que pasan entre linchamiento y linchamiento de las hordas puretillas de Twitter. Aunque falta poco para que empecemos a tomárnoslas como lo que realmente son: los periódicos rituales victimistas de cuatro adolescentes inadaptados con afán de atención. Convendría enviar a la cárcel a un par de ellos para que al resto se le quitaran las ganas de jugar impunemente con reputaciones ajenas. Y es que esta chavalada, a diferencia de los Valtonyc y demás fanfarrones de segunda regional del hip hop español, sí están cometiendo delitos que merecen castigo aunque sólo sea por difundir conversaciones privadas sin permiso.
Pero en fin. Si algunos deben cumplir penitencia en las redes que sea porque pudiendo tirarle los trastos a mujeres han decidido tirárselos a adolescentes. Hasta para follar, que es algo que también hacen los monos, hay que ponerse el listón más alto, chavales.