Es deprimente observar cómo, en este momento gravísimo de la España constitucional, los partidos constitucionalistas están solo en aquello que beneficia sus intereses particulares. Estos pueden coincidir con los intereses generales; pero si los partidos están en ello es exclusivamente por lo primero.
Ahora lo estamos viendo con la perspectiva de elecciones anticipadas. La postura de cada partido coincide descaradamente con el grado de beneficio o perjuicio que le otorgan las encuestas. Ciudadanos, que las encabeza, quiere elecciones ya. El PP lo más tarde posible, a ver si el panorama mejora. El PSOE después de un periodo en que su líder pueda lucirse como presidente... Y sobre estas expectativas los tres montan sus retóricas.
El barco de madera podrida del Gobierno de Rajoy, y del PP por extensión –ese PP que llegó al poder con la matraca de que iba a acabar con la corrupción del PSOE; y lo hizo: solo para instaurar la propia (lo que me estoy riendo ahora con las ínfulas del ‘estadista’ Aznar)–, tiene como única virtud el ser la cara del Estado en este momento de amenaza para el Estado. Es una virtud cierta, aunque accidental. Lo desesperante es cómo abusa para hacerla pasar por sustancial. Clama al cielo también la actitud vampírica que mantiene con el Estado: intentando absorber la fortaleza de este, a cambio de debilitarlo. Probablemente lo que quede de Rajoy sea su pequeñez.
La moción de censura de Sánchez ha sido una maniobra audaz. Admirable desde el punto de vista maquiavélico, pero que solo tiene beneficios para él y su partido. Al principio al menos. El PSOE estaba descartado, desvanecido, y con Sánchez fuera del parlamento. Gracias a la moción de censura, el PSOE ha tomado la iniciativa y Sánchez podrá exhibirse en el Parlamento: en el debate como mínimo, y si es investido presidente hasta las próximas elecciones. Su problema es que al barco de la moción se le han empezado a subir las ratas desaforadamente. Ahora a ver qué hace con ellas.
Ciudadanos quiere elecciones y las quiere ya: también, porque es lo que más beneficia a Ciudadanos. De hecho, la espera ya empieza a desgastarlo. El festival de la semana pasada con la bandera española y con Marta Sánchez cantando su hórrido himno (¡manchando el ‘chunda-chunda’ con esa letra!) no transmitía exaltación, sino más bien autocomplacencia decadente. Rivera está lento, y encima Sánchez le ha comido la tostada. Incluso gestualmente: en su comparecencia para anunciar la moción, Sánchez había ganado gravedad presidenciable, mientras que a Rivera no se le quita el aspecto aniñado.
La salvación solo será para quien alcance la presidencia y sea (accidentalmente) la cara del Estado: lo único que se ha mostrado fuerte, aunque lo vayan debilitando; lo único que sigue respondiendo a los intereses generales. En estos momentos de vacas flacas para el patriotismo constitucional, resulta que era lo acertado.