Decía Tanirock este miércoles en Twitter que comparando los ministros del Gobierno de Pedro Sánchez con los ministros italianos uno se siente escandinavo. Como no conozco los Gobiernos de Dinamarca, Suecia y Noruega me voy a abstener de hablar por boca de ganso, pero dudo que nombre a nombre sean más ilusionantes que este del que media España esperaba tormentas de sangre nacionalista, ranas homeopáticas y fuego comunista y que, salvo por las excepciones de rigor, ha acabado pareciéndose más a la Wonder Woman de Gal Gadot que al Frankenstein de Boris Karloff. Será un Gobierno populista, pero que todos los populismos fueran este.
Desconozco quién inventó el "a partir de aquí monstruos" de los mapas antiguos con el que los cartógrafos señalaban los límites de lo conocido, pero me sorprendería que no fuera español. "Con 84 diputados no podrán hacer nada". "Sólo pretenden segarle la hierba bajo los pies a PP y Ciudadanos". "Es puro marketing". "A ver cuánto tardan en entregarle Cataluña a los separatistas". "Ser astronauta no te garantiza ser un buen ministro". "Ya hablaréis cuando nos suban todos los impuestos". "Es pronto para lanzar las campanas al vuelo". "Es sólo un cartel para las próximas elecciones". "Los veremos votando junto a Podemos en breve". "Demasiado buen Gobierno para sólo 84 diputados".
Observen que varias de esas afirmaciones son contradictorias. O el Gobierno de Sánchez no podrá hacer nada o podrá hacerlo todo, incluido subir los impuestos más odiados de este país. O este Gobierno es puro marketing o le va a regalar Cataluña a Carles Puigdemont, que es probablemente lo más impopular que podría hacer Pedro Sánchez en estos momentos. O es sólo una caja vacía propagandística de cara a las siguientes elecciones o se va a poner en manos de Podemos para que este le coma la tostada demoscópica en sus propias narices.
En el peor de los casos sólo el 50% de esos vaticinios, a cual más gótico, se hará realidad. Ya será un cambio respecto al PP de Rajoy, que decepcionó al 90% de los votantes ajenos y al 100% de los propios. Un logro, coincidirán conmigo, que es puro Hazañas bélicas.
Como comprenderán, resulta difícil comparar las expectativas generadas por este Gobierno con sus resultados futuros sin una máquina del tiempo que nos traslade hasta la primavera de 2020. Sí se pueden comparar, en cambio, los nombramientos de este Gobierno con los que imaginábamos hace apenas unos días. Y eso no es lanzar las campanas al vuelo sino constatar dos obviedades.
La primera es que cualquier votante del PP, del PSOE o de Ciudadanos se habría dado con un canto en los dientes hace una semana frente a los nombres de Grande-Marlaska, Pedro Duque, Josep Borrell, Nadia Calviño o Carmen Montón. La segunda es que si estos nombres se hubieran sabido hace esos mismos siete días, ni PNV, ni ERC, ni JxCAT, ni Podemos, ni Bildu habrían votado a favor de la moción de censura de Pedro Sánchez.
Quizá el Gobierno de Sánchez no acabe siendo nada de lo que imaginamos. Pero ya ha tenido tres sanos efectos secundarios. El primero es haber alejado de nuestras cabezas el eterno problema catalán, que hoy parece aún más pequeño y provinciano. El segundo es que, a juzgar por aquellos a quienes han molestado estos nombramientos, Pedro Sánchez ha dado en el centro mismo de la diana: no ha quedado un solo enemigo de la democracia y el Estado de derecho que no ande hoy pidiendo las sales.
El tercero es que ha mandado al PP de vuelta a la casilla de salida de la renovación. Y eso es sano porque lo que el PP necesita en estos momentos no es el marianismo 2.0 de Feijóo sino darle la vuelta al calcetín del partido como lo ha hecho Pedro Sánchez. Si los populares pretenden enfrentarse a este PSOE con el presidente de la Junta de Galicia al frente, van a servirle en bandeja al enemigo el relato de la España del siglo XXI contra la del XIX. Y contra eso no podrán luchar. Porque el relato será verdad.