Al fin he leído Un buen tío, el libro de Arcadi Espada que Ariel publicó en marzo. Es un buen libro y es un ensayo impopular, en la noble tradición de los Ensayos impopulares de Bertrand Russell. Así suele hacerlos Espada, que se mete ahora en la tarea más impopular de todas: defender a alguien del Partido Popular. Alguien, Francisco Camps, al que no defiende ni el Partido Popular. He tardado tanto en ponerme porque sobre mi interés por Espada prevaleció mi desinterés por Camps. Leído el libro, reconozco que es necesario y ejemplar. Y además su tema no es Camps, sino el periodismo. El mal periodismo.
Arcadi Espada, periodista desterrado en la opinión, cumple su vocación en los libros. En ellos investiga hechos, los analiza y los expone con estilo veraz: así en Raval o en En nombre de Franco. Pero en otros, como en sus Diarios, hace algo más sutil: indaga en los propios hechos periodísticos, como síntomas del mundo. En Un buen tío hace esto por extenso, con una minuciosidad encomiable, extenuante a veces (gloriosamente extenuante). Rafa Latorre lo ha relacionado con la obsesión por la caza de Moby Dick. A mí me ha recordado también a esos relatos –como Los crímenes de la calle Morgue de Poe o Las vacaciones de Maigret de Simenon– en que el detective investiga un crimen a partir de lo que lee en la prensa. Solo que en este caso el criminal es el periódico.
Las 169 portadas que el diario El País le dedicó durante tres años (2009-2012) al caso Camps, fabricándolo prácticamente, llamaron la atención de Espada, al que escandalizó “el tratamiento insólito” que se le dio a la imputación de Camps “por el regalo de unos trajes que le había hecho un presunto corrupto”. Pese a “la levedad del delito”, Camps dejó la presidencia de la Comunidad Valenciana. Su posterior absolución no se tradujo en su regreso a la política; ni en la recuperación de su honor ante el público, que sigue dando mayoritariamente por ciertas aquellas acusaciones. La absolución, al cabo –así termina Espada–, le fue hecha a un cadáver. El periodismo, contagiado de populismo, ejerció una tarea destructiva. Cómo el populismo y la posverdad destruyen a los hombres es el subtítulo del libro.
Tras el notable prólogo, Arcadi Espada procede a analizar, una tras otra, 124 de esas 169 portadas de El País, más algunos otros materiales de páginas interiores; a cada análisis le sucede una coda en voz más libre, que le da profundidad –y riqueza– al relato. A lo largo de Un buen tío vamos viendo, indicados por Espada, los diferentes procedimientos de manipulación del periódico: más allá de la misma insistencia, están las decisiones sintácticas, la elección del léxico, la selección de fotografías, la tendenciosidad de los detalles sacados de contexto, el montaje de diálogos o la disposición de las informaciones. En un momento avanzado del libro, Espada hace esta recopilación del descrédito al que ha sido sometido el político: “A Camps se le ha llamado bajo mano hortera valenciano, exhibido beato o reprimido gay. Ahora, en un considerable ejercicio de piedad, el periódico empieza a llamarle enfermo mental”. Más adelante apunta Espada, a propósito de otro titular: “La obsesión por magnificar su más mínimo movimiento con la única condición de que pueda perjudicarle alcanza a veces rasgos sublimes”. Y así hasta el final, en que la absolución de Camps provoca “la ira” del periódico por su “estrepitoso fracaso”. Naturalmente, ni siquiera cuando el Tribunal Supremo ratifica la absolución, pide perdón el periódico.
Como es habitual en la escritura de Espada, el lector encuentra al paso recompensas adicionales, observaciones de gran penetración como esta sobre la trampa de cierto memorialismo: “Un acusación envuelta en la membrana de una confesión adquiere rigor fáctico por simpatía. Es la técnica de algunos memorialistas cuando se hunden en el detalle de las miserias propias con el propósito de que el detalle de las miserias ajenas sea creído por razones, perfectamente supuestas, de autoridad moral”. O esta sobre el columnismo de opinión, que debo copiar en mi columna de opinión: “Cuando las mentiras pasan al columnismo, el caso se agrava. En la información convencional, las mentiras aún están sometidas a cierto chequeo crítico por parte del lector. Pero en las columnas de opinión, las mentiras adquieren respetabilidad, prestigio, o bien pasan peligrosamente inadvertidas como figuras ya muy establecidas del paisaje”.
En las primeras páginas de Un buen tío, Arcadi Espada se presenta elegíacamente, aunque no sin ironía, como el “último hombre que se tomó en serio los periódicos”. Este libro duro, meritorio y por momentos árido parte de esa seriedad, fundada en la convicción de que “los periódicos importan”. La denuncia sobre un periódico de referencia que se comportó como un tabloide es eso: un tomarse en serio el periódico que no se tomaron en serio ni su director ni los periodistas que escribieron sobre el caso Camps.