Qué entrañables resultan estos Brigadeführer de la izquierda periodística que brotan por doquier alertándonos del resurgir de un fascismo que ven allá donde miran: en Donald Trump, en Jair Bolsonaro, en Matteo Salvini, en Viktor Orbán, en Sebastian Kurz, en Marine Le Pen y, por supuesto, en Santiago Abascal. Antes lo habían visto en Albert Rivera, en Rosa Díez, en José María Aznar y hasta en Inés Arrimadas, que ya es ver. Si se equivocaron tanto antes, ¿por qué creerles ahora?
Son los mismos que han desfilado al paso de la oca frente al populismo chavista de Podemos y sus vínculos con la teocracia antisemita iraní. La misma que cuelga a los gays de las grúas. Son los que han popularizado paparruchas anticientíficas como “la cultura de la violación”, el "apropiacionismo cultural" y las “políticas de la identidad”. Son los que han dado cancha en sus medios a ilustres iletradas cuyo único mérito profesional es el de haber actualizado estética e ideológicamente (a peor) la Sección Femenina de la Falange.
Son los que han callado durante cuarenta años frente a la corrupción, el nacionalismo xenófobo, el racismo salvaje y la insolidaridad fiscal de Convergencia y ERC. Son los que andan ahora exigiendo “matizar” el derecho a la presunción de inocencia para el 50% de los ciudadanos. Son los que han aplaudido como mesías a magníficos, rotundos y categóricos analfabetos y les han llamado "las fuerzas del cambio", obviando que los cambios también pueden ser a peor.
Son, en fin, los que se escandalizan y piden “protocolos” y “agendas” para hablar del mitin de un partido minoritario, con menor intención directa de voto que el PACMA, sin representación parlamentaria y con un presupuesto cientos, miles de veces inferior al que opera en manos de Bildu y la CUP. Gentes, esas de Bildu y de la CUP, que consideran la democracia no como un fin sino como un medio para llegar a la revolución social. Es decir para la guerra civil. Y ahí los tienen: en los Ayuntamientos y en los Parlamentos, más anchos que largos y con su resentimiento social funcionando a todo motor.
Esos, precisamente esos, son los que pretenden ahora darnos lecciones de ética periodística a los que llevamos años alertando del fascismo sociológico que gente como ellos, sobre todo ellos, han legitimado por activa y por pasiva. “¿Qué hacer frente al auge de la extrema derecha?” dice la prensa regresiva de izquierdas frente a su grey de ovejas obreras en peligro de ultraderechización. Desde luego, no genuflexionar el cerebro como hicieron ellos frente al auge de la extrema izquierda, del comunismo y del nacionalismo. ¿Qué se pensaban que iba a suceder después de que ellos deslegitimaran la Constitución y las instituciones? ¿Quién se creían que iba a ocupar ese espacio vacío? ¿Hello Kitty?
“Alerta ultra” titulaba el lunes El Periódico de Cataluña para hablar del mitin de VOX en Vistalegre. “La CUP corona a Torra” tituló El Periódico de Cataluña el día que salieron a la luz los, literalmente, cientos de artículos de Quim Torra en los que este, entre otras destilaciones de la más pura caña supremacista, calificaba a los españoles de “bestias carroñeras con baches en el ADN”. Menudo ojo el suyo para detectar el fascismo realmente existente. Te llevas al que pone los titulares en El Periódico de Cataluña de paseo a Treblinka en diciembre de 1942 y es capaz de titular “Un día en el campo”.
Pedro Vallín, trabajador de La Vanguardia y menos disimulado aún que el de los titulares de El Periódico de Cataluña, se preguntaba en Twitter “cómo tratar al lector para evitar el fascismo”. Es lo mismo que se preguntaban los carceleros de Alex en La Naranja Mecánica antes de aplicarle la terapia Ludovico de resocialización. Es una obviedad que, para la izquierda periodística, los lectores no son ciudadanos pensantes sino meros receptáculos de la doctrina de turno (la suya). Pero sólo ha hecho falta un mitin de VOX para que se les haya puesto también voz de predicador de gótico americano.
Miren, yo no voy a votar a VOX. Y esto no lo digo para hacer ostentación de pureza moral sino porque creo que es un error dispersar el voto liberal y conservador. Y eso a pesar del cansancio que me provoca volver a oír, otra vez, eso del renacer de "la extrema derecha". ¿Acaso no ha renacido la extrema izquierda, es decir el comunismo, con sus cien millones de muertos a cuestas? Pero la izquierda es buena, y por lo tanto la extrema izquierda sólo puede ser extremadamente buena, mientras que la derecha es mala, y por lo tanto la extrema derecha sólo puede ser extremadamente mala. Así opera la mente del presentador televisivo medio español.
Lo mejor que puedo decir de los votantes de VOX y, hasta donde yo sé, de los líderes del partido es que, a diferencia de los de Podemos y el PSOE, no andan obsesionados con sus genitales y sus identidades y sus purezas ideológicas y sus polvos y sus fluidos corporales hasta el punto de colgarlos en Instagram como si fueran un diamante de diecisiete kilos. Yo no votaré a VOX, pero le agradezco a sus líderes, simpatizantes y afiliados que no sean unos beatillos coñazos con ínfulas.