El gesto del juez Marchena es de los que no se ven, de los que duermen el sueño de los justos. Hay nobleza, honradez, hombría, seriedad, años de oposición, sacrificios de toga y demás.
Marchena se quita del pasteleo entre la política y la Justicia, y se ve que quedan hombres para una segunda transición sin postureos ni griteríos. Hay algo significativo entre la política esa de "líquidos" que nos dijo Ábalos, el aguante de Sánchez con el tope que él quiera -mayo-, y este Marchena que se aparta.
Marchena dice nastis cuando la masa crítica anda con las andanzas y las fábulas de Rosalía, que algo tendrá el santo cuando tanto lo bendicen y por mucho que nos sature. En todo caso, el gesto de Manuel Marchena hace saltar por los aires un conchabeo institucionalizado que aquí, en España, había castrado a Montesquieu desde que tenemos conciencia.
A un lado están las cloacas de Lola y al otro, Marchena; no hay más bajo el sol, no hay otra lección que la que señalamos aquí. La despolitización de la Justicia empieza por cuatro hombres justos (sic) que desmontan con mayéutica y con un NO a una de las peores aberraciones que heredamos de nuestros padres.
Lo del reparto del CGPJ es un contradiós sistémico sobre el que España transigía o se dejaba transigir. Pero he aquí que Marchena dice que no, que la Justicia ve y vive más allá de lo que mamoneen los fontaneros políticos de la cosa judicial.
Creer en la democracia viendo cómo era el reparto del CGPJ era pedir un imposible, y quien no se conformaba era porque no quería, tal y como afirmaba el WhatsApp de Cosidó que dimos aquí y cuya publicación ya nos limpia de miasmas el aire. Y que se preparen los golpistas indepes.
La Justicia está en boca de teóricos de bar, de marujas populistas, de kiosqueros socialdemócratas. Su desprestigio viene de quien consiente y de quien reparte. Las adscripciones de los jueces están para romperlas, que los jueces que hacen fútbol solidario (Garzón) y las fiscalas (Delgado) que hacían comilonas en el Rianxo acaban saliendo ranas al sistema.
Un juez es un juez. Y hay algunos que se visten por los pies. Marchena dignifica su profesión mientras que al bipartidismo se le queda cara de póker en este campo de chumbos donde los consensos eran tan fértiles.
Pepe Marchena cantaba con un anillo brillante, un sombrero cordobés de terciopelo y fieltro. Manuel Marchena, con su actitud, le ha cantado las cuarenta al sistema, y por donde más podrido está. Sin alardes ni alharacas.
Sería mucho pedir que la dignidad de la Justicia no dependiera de la valentía de un magistrado. Pero es que somos lo que somos. Y los milagros tardan diez generaciones.