No se suele resaltar el esfuerzo pedagógico de la Transición, cómo se educó –profunda, machaconamente– en los valores de la democracia, tanto en la escuela pública como en la prensa, la televisión y la radio. Sobre todo en la radio. Yo me aficioné a escucharla con trece años, en 1979, gracias a una enfermedad que me tuvo en la cama un mes, que se me hizo cortísimo porque descubrí el programa de Luis del Olmo.
A partir de entonces fui testigo de un montón de horas al día durante años, y puedo decir que no se dejaba pasar ni una: no hubo afirmación antidemocrática que no fuera reconvenida; no hubo falta de respeto que no fuera afeada; abundaban (¡sobreabundaban incluso!) las verbalizaciones en defensa de la tolerancia, de la pluralidad de opiniones, del antidogmatismo, de la libertad en general y de la libertad de expresión en particular. Aquello era, lo veo ahora, la Constitución en ejercicio. Predominaba un esmero por mantener limpio, despejado, el marco formal.
Seguía habiendo recalcitrantes, pero la corriente general iba contra ellos, y ellos mismos se fueron apaciguando. También por la insistencia pedagógica de los demás, con la que se topaban. Para mí fue significativo un episodio que he contado alguna vez. En un concierto de Joan Manuel Serrat al que asistí en Málaga en 1983 o 1984, algunos lo abuchearon cuando cantó una canción en catalán, después de haber cantado muchas en castellano. No había nadie más querido que Serrat entonces. Lo sería incluso para quienes lo abuchearon, que al fin y al cabo habían ido a escucharle. Aun así, la inercia ceporra persistía; restos del franquismo sociológico.
Durante años me abochornó este recuerdo, por vergüenza hacia mis paisanos. Hasta que no hace mucho, ya en plena crisis catalana, recordé algo que mi bochorno había sepultado: los abucheadores, una minoría, fueron abucheados por la mayoría; por mí también, naturalmente. Estábamos por que Serrat cantase en catalán y no permitíamos que fuera abucheado por ello. Y esto, y no lo otro, había sido lo significativo.
Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: ahora son otros los que abuchean a Serrat... por cantar en castellano. La inercia ceporra y los restos del franquismo sociológico están hoy donde están (aunque ahora también estén regresando por donde desaparecieron: acción-reacción). Y están ahí, sin duda, por las antipedagogías del nacionalismo, que empezaron a funcionar al mismo tiempo, y en la dirección contraria, que las pedagogías de la Transición.
En fin, solo me queda decirles una cosa: esta noche háganle caso al Rey. El discurso de la Corona (¡quintaesencia del columnismo constitucionalista!) siempre ha tenido razón. ¡Feliz Navidad!