Punto de inflexión: Facebook y Twitter eliminaron y suspendieron millones de páginas, grupos y cuentas en un intento por combatir los bots y los troles.
El 20 de junio de 2017, todo se rompió en directo en las noticias de la noche de la BBC. Durante cuatro minutos, alternaron una serie aleatoria de imágenes congeladas con planos del presentador estoicamente sentado y en silencio.
La escena fue el resultado de un fallo técnico, de una avería del sistema. Pero también fue la imagen de una automatización enloquecida, de décadas de noticias de última hora que acaban siendo noticias "estropeadas".
El mensaje sigue resonando: en esta nueva era de estupidez artificial, la disrupción tecnológica se ha vuelto destructiva. Su principal víctima es la propia realidad.
Estamos muy lejos del periodo de expansión digital del pasado, cuando se consideraba que la comunicación a través de internet promovía el intercambio y el entendimiento global. Definitivamente, los tiempos en los que era muy probable ver la palabra "global" junto a la palabra "digital" han pasado. En muchos países occidentales, las nuevas élites ya no son cosmopolitas y globalistas, sino más bien aislacionistas e identitarias. En el pasado, se esperaba de la tecnología que conectara y mediara. El mundo de internet parecía una visión Disney de multiculturalismo que promovía una suerte de tolerancia aséptica desde arriba. Ahora, la tecnología divide y fragmenta, identifica y clasifica a la gente.
Si no te gusta la realidad a la que te tienes que enfrentar, siempre hay otra, hecha a tu medida según tus preferencias
Mária Schmidt, una historiadora cercana al líder conservador húngaro Viktor Orbán argumenta que la automatización y la inteligencia artificial reducirán la demanda de mano de obra y, por consiguiente, de migración. Así que la automatización no sólo perjudica a los trabajadores locales sino que también favorece que las sociedades sean cerradas y homogéneas. Asimismo, destruye la conversación pública mediante bots y botnets que se hacen pasar por gente real y que propagan desinformación viral y noticias "estropeadas".
El incremento de la estupidez artificial es la antítesis de la inteligencia artificial. Así como el socialismo ha estado, en la práctica, muy alejado de las gloriosas promesas de los revolucionarios, la estupidez artificial es una versión mediocre y avariciosa de la sublime máquina con la que se pretendía elevar y mejorar la vida humana.
Hay toda suerte de aplicaciones de comunicación que son estupideces artificiales. Y, aunque no parezcan asombrosas, sus efectos en el mundo real son desconcertantes: la destrucción del discurso público y la polarización de las poblaciones, salarios y horas gestionadas por algoritmos, servicios legales, administrativos, de asesoramiento, y de atención al cliente eliminados en favor de asistentes virtuales y chatbots.
Incluso las cosas más sencillas, como comprar un billete de avión o de tren, o la entrada para un concierto, se han convertido, en la era de los precios dirigidos y opacos, en tareas arduas y frustrantes. En lugar de una realidad común y un conjunto de normas que se puedan aplicar a todo el mundo, tenemos frustración, disfuncionalidad y la pérdida de un tiempo y unas energías muy valiosos.
Y la automatización no es lo único que está mermando la sociedad moderna. Las plataformas, unas pocas, a las que pertenece la esfera de comunicación digital actual, operan sin control ni equilibrio e incluso sin competencia en un mercado libre. Sus algoritmos están patentados y son desconocidos. Hay pocas alternativas para el consumidor, si es que las hay.
El resultado es un ciclo eterno de noticias "estropeadas" y verdades a medias, estiradas y reutilizadas hasta la saciedad porque, en la era de la estupidez artificial, la verdad se cambia por popularidad y alcance.
Es imposible que una verdad impopular sobreviva en este mundo
Las normas de la telerrealidad se han abierto hueco en la era digital. La cuestión no es que no exista la realidad, la cuestión es que cada hecho debe abrirse camino, compitiendo contra todos los demás, mientras las redes sociales presentan una multiplicidad de versiones sobre cualquier cosa. Si no te gusta la realidad a la que te tienes que enfrentar, siempre hay otra, hecha a medida para ti según tus preferencias.
Este es nuestro mundo digital, el de verdad, el que tenemos. Nada más que oleadas de agitación febril y tóxica, representadas cada hora en canales convencionales que rechazan la innovación y la experimentación, se ahogan entre insoportables anuncios y agotan la atención y las almas de la gente.
Es imposible que una verdad impopular sobreviva en este mundo. Y para los autómatas y los algoritmos, que son artificialmente estúpidos, la realidad se define en términos de cantidad bruta.
La verdad no encaja en ese molde.
La verdad viene equipada con detalles rebeldes y caóticos que requieren atención y que nunca acaban de tener sentido. Normalmente, es demasiado complicada para llegar a ser entretenida y puede no ser del gusto de todo el mundo. Además, es posible que no facilite las cosas ni las haga más eficientes sino, de hecho, todo lo contrario. Como la verdad no es un artículo comercializable, como pueden ser los ambientes limpios o los barrios habitables, las plataformas que gestionan la comunicación digital parecen tener poco interés en mantenerla y dejan que se propaguen, en su lugar, las noticias "estropeadas".
El resultado es que los informes falsos, los rumores digitales y las teorías de la conspiración se han movido de los márgenes al centro. Y también han creado una nueva realidad. Mientras escribo esto, una muchedumbre marcha por las calles de Chemnitz, un pueblo de la Alemania del este, gritando eslóganes antiinmigración y persiguiendo a todo aquel que no sea blanco. No llevan horquetas; lo más probable, de hecho, es que empuñen teléfonos móviles.
Después de todo, en Alemania la actividad de Facebook guarda relación con la violencia de los supremacistas blancos. Las reuniones racistas se organizan en cuestión de horas en las redes sociales y los algoritmos de las plataformas amplifican la división social y benefician a las organizaciones extremistas. La tecnología digital hace que aumenten los movimientos autoritarios y el nativo digital se convierte sin dificultades en un nativista digital.
Los hechos, por otra parte, son a menudo bastante mediocres. No mejoran, de hecho pueden incluso empeorar, si gustan o son compartidos. Y tanto los hechos como la verdad dependen de unas instituciones fuertes, no de los consumidores, para que los defiendan: los poderes judiciales, las comunidades científicas, la prensa independiente. No es ninguna coincidencia que todas esas instituciones estén siendo debilitadas en tantos países del mundo; se puede apreciar en los agitadores de Chemnitz enfurecidos la "prensa que miente", los recortes en investigación científica en todo el mundo occidental o los intentos por realinear las instituciones judiciales de forma partidista, como en el caso del Tribunal Supremo en Polonia.
Hito Steyerl es artista, cineasta y escritora. Su trabajo analiza los medios y las tecnologías. © 2018. The New York Times and Hito Steyerl.