Punto de inflexión: una importante feria en Madrid retiró una obra que representaba a políticos catalanes encarcelados, suscitando así un debate sobre la libertad artística.
Volviendo la vista atrás en el tiempo hasta donde podemos recordar, el arte político ha sido siempre problemático, pero también necesario, ya que saca el arte de sus zonas de confort y conecta a los artistas con el mundo.
Como artista que vive en el exilio, me he encontrado a mí misma en ocasiones cruzando la delgada línea roja del mundo del arte, no de forma deliberada, sino porque la realidad política es lo que define mi vida. Pero no somos sólo los artistas en el exilio los que debemos lidiar con esta frontera, sino que existe en cualquier lugar donde haya una intersección entre arte y beneficio, cada vez que se tira de los artistas en direcciones opuestas, tratando de mantener el equilibrio entre el valor estético y los temas relevantes y con carga política.
Hablemos de las recientes protestas en las que se ha acusado a ciertos artistas de insensibilidad racial y de beneficiarse del dolor de la raza negra, desde la controvertida Ataúd abierto, de Dana Schutz, un cuadro de Emmett Till, al Autoretrato de Luke Willis Thompson, que presenta el retrato de la novia de Philando Castile, asesinado por la policía. El escándalo plantea preguntas difíciles: ¿quién debería ser el juez último que decidiera cuando ofende el arte?, ¿deberían ser los artistas más responsables respecto a cómo se percibe su arte una vez que es del dominio público?
Un crítico publicó un artículo acusándome de haber manipulado el sufrimiento de los egipcios
Por compartir una experiencia personal, tras las revueltas en Egipto, instalé temporalmente un estudio en un centro artístico local cerca la plaza Tahrir, en El Cairo. Tomé una serie de fotografías de ancianos afligidos, hombres y mujeres egipcios, puesto que representaban las tragedias que habían sufrido durante la revolución, como la de perder a sus hijos. Tenía la esperanza de captar el sacrificio humano que había detrás de estas revoluciones eufóricas, que a menudo golpean más duramente a las comunidades más empobrecidas.
Poco después de que esta serie fotográfica, Nuestra casa está en llamas, se expusiera en la galería de la Fundación Rauschenberg de Nueva York, una organización sin ánimo de lucro que había encargado originalmente este proyecto, un crítico publicó un artículo acusándome de haber manipulado el sufrimiento de los egipcios para que el público de las las galerías más comerciales de Chelsea sintieran lástima y, por extensión, estas obtuvieran beneficios. Claramente, este crítico era ajeno al hecho de que todos los beneficios de las ventas online se destinaban a organizaciones benéficas en Egipto que yo había seleccionado.
Tras leer la crítica de Nuestra casa está en llamas me quedé de piedra y me pregunté si la interpretación y las acusaciones del crítico podrían ser ciertas. ¿Era culpable de haber manipulado las emociones de la gente para crear arte? ¿O estaba él equivocado al malinterpretar la verdad y retorcer una narrativa hasta que encajara con su propio mundo anti-arte y su agenda política?
Pero, por otro lado, siempre que ha habido una pérdida humana, un conflicto o una tragedia, también ha habido arte. Se han establecido también unos sistemas de valores muy diferentes para juzgar la validez y la pertinencia de dicho arte, cuya intención más clara es, a menudo, extraer algún sentido del desastre, destilar la esencia del caos.
Tomemos como ejemplo al artista disidente chino Ai Weiwei, cuyo largometraje Human Flow documenta la devastadora crisis mundial de los refugiados. Aparentemente es encomiable para un artista establecido y pudiente situarse en el centro de semejantes catástrofes humanas y políticas, pero no puedo evitar preguntarme sobre su intención y la naturaleza e impacto de su trabajo. ¿Estaba Ai explotando la desgracia humana para llamar la atención sobre sí mismo y lucrarse? ¿O su trabajo estaba contribuyendo a despertar conciencias sobre la crisis de los refugiados? ¿Quién es su público y como podría el arte marcar la diferencia en un mundo inundado de noticias e imágenes de esta inmensa desgracia?
Sin embargo, al analizar el intento de otros artistas por comprometerse con un proyecto humanitario, me di cuenta de que no era tan distinta del crítico que había cuestionado mi propia integridad como artista. Me di cuenta de que se da una paradoja para los artistas en el exilo, ya que su respuesta emocional a los horrores que se producen reflejan con frecuencia sus propias experiencias personales, a la vez que, de forma contradictoria, mantienen una carrera artística que les ha situado en una posición privilegiada.
El mundo del arte parece haber adoptado con ganas la senda de la gran economía global de las tres últimas décadas
Quizá el problema resida en nuestro sistema hegemónico, en el que el consumismo y la maquinaria de la producción cultural del mercado libre occidental circulan libremente en torno al ejercicio del arte. Y lo que es diferente y se opone a ese sistema, o se margina, o se incorpora de modo que parezca abierto e inclusivo. Es, por tanto, con esta perspectiva con la que el trabajo de un artista como Ai (definido como el valiente artista exiliado que escapó de la tiranía de su país) o yo misma (la artista musulmana iraní oprimida y exiliada) puede legitimarse y ser visto.
El mundo del arte parece haber seguido y adoptado con ganas la senda de la gran economía global de las tres últimas décadas, participando cada vez más en la orgía de la creación de riqueza y de su limitada distribución. Pero ahora, con el auge del tribalismo y el nacionalismo, además de la terrible amenaza del fascismo que comienza a asomar, ¿podría el adormecido y autocomplaciente mundo del arte occidental salir de su letargo?
Un arte humanitario y políticamente consciente es tan necesario como el aire que respiramos si tenemos que sobrevivir a estos difíciles momentos y no queremos vernos condenados a repetir nuestro ciclo infinito de terror y tragedias humanas. Aunque las fuerzas hegemónicas del mundo del arte traten de influir en cada uno de nuestros movimientos. Somos los artistas, en última instancia, y no los críticos, los que debemos decidir el futuro de esta delgada línea roja y si puede cruzarse o no.
Shirin Neshat es artista audiovisual y cineasta iraní-estadounidense. © 2018. The New York Times and Shirin Neshat.