Dos peligros existenciales amenazan a la democracia española. El primero es el nacionalismo vasco y catalán, y su posible contagio a comunidades como la balear, la valenciana y la gallega gracias a la connivencia de los dos principales partidos españoles, el PP y el PSOE.
El segundo es la ocupación del espacio de centro y centroizquierda por parte de fuerzas populistas refractarias al Estado de derecho y la Constitución, como Podemos, o dispuestas a trapichear con ambos si ese es el precio para su permanencia en el poder, como el PSOE.
No es casualidad que el PSOE tenga un papel protagonista en ambos casos. Para algunos, entre los que me incluyo, la principal amenaza para la igualdad de todos los españoles siempre ha sido el PSOE. Incluso de forma indirecta, como polo de atracción para un PP que en varios periodos de su historia ha parecido más interesado en congraciarse con el electorado socialista que con el suyo propio. Aunque ese es tema para otra columna.
De acuerdo al triaje, el protocolo médico que clasifica pacientes en caso de desastres y en función de la urgencia de su caso, la primera amenaza, la del nacionalismo, sería una emergencia. La segunda, sólo una urgencia. Por encima apenas quedarían las resucitaciones y la muerte clínica del paciente. Por ejemplo, una invasión militar.
Por debajo figurarían las urgencias menores. Es decir, el paro, la corrupción, la okupación, las trabas a las empresas y los autónomos, la presión fiscal confiscatoria o las leyes ideológicas. En último lugar, los problemas sin urgencia. Yo aquí incluiría, entre cientos de pequeñas moscas cojoneras de otros partidos, las propuestas más conservadoras de Vox en el terreno moral: defensa de la familia tradicional, trabas sutiles o no tan sutiles al aborto, prohibición de los vientres de alquiler, PIN parental…
La estrategia de Ciudadanos tras la irrupción de Vox en Andalucía es obvia. Albert Rivera pretende acabar con la emergencia tras convertirse en la solución a la urgencia. Es decir, apoderarse de buena parte del espacio político que ahora ocupa el PSOE para luego pactar a un lado (PP) o al otro (PSOE) con el objetivo de acabar con el tradicional desequilibrio histórico español en favor de las autonomías catalana y vasca. La idea es buena. Otra cosa es que sea factible más allá del mundo de las ideas.
El miércoles coincidí con Begoña Villacís en Es la mañana de Federico. Federico apretó a la candidata de Cs con ese cordón sanitario contra Vox que han exigido los partidos nacionalistas y de extrema izquierda en Barcelona, y al que se ha sumado el grupo municipal de Cs en el Ayuntamiento. No hace falta mucha ciencia para entender que ese paso ha sido exigido por Manuel Valls como parte de su estrategia para alcanzar la alcaldía de la ciudad.
Tras la tertulia, comenté la entrevista a Villacís con varios amigos. Un periodista me dijo algo muy interesante: "En las circunstancias excepcionales que vive España, hay un bien mayor que es salvar Cataluña. Y eso pasa por ganar Barcelona. Cs no puede ganar Barcelona en solitario frente a la alianza de los independentistas. Así que me parece un gran acto de generosidad por parte de Cs arriesgarse a una operación que no le beneficia". Y tiene razón.
Pero también la tiene alguien cercano al PP que me dijo lo siguiente: "El planteamiento es si salvar Barcelona pasa por conceder que la que nos ha llevado hasta aquí, es decir la alta burguesía nacionalista catalana, es aliada o enemiga. Si consideramos que es aliada, quizás no la estemos salvando". Como también la tiene alguien que conoce muy bien la estrategia y las ideas de Manuel Valls, y que me dijo lo siguiente: "Es triste que después de una legislatura tan dura se entregue el partido a alguien que ni siquiera se identifica con él. Que se renuncie a una marca en auge en beneficio de alguien que se va a entregar al nacionalismo".
Valls ha diseñado una campaña para una Barcelona que ya no existe, la de la discoteca Bocaccio de la Gauche Divine de los años 70 y 80. Su objetivo es ganarse al nacionalismo moderado para volver a los años de las mayorías absolutas del Pasqual Maragall alcalde. El que todavía no se había convertido al nacionalismo o sacado de la manga, como presidente de la Generalidad, un Estatuto que abrió en canal la Constitución, la España de las autonomías y el Estado de derecho.
Valls cree que puede devolver a la izquierda catalana a ese punto de los años 90 en que el PSC optó por el nacionalismo radical en detrimento del moderado para convencerla de que corrija su elección y escoja el moderado. El problema es que el nacionalismo catalán moderado no existe, como no existe ya Bocaccio. Maria Aurélia Capmany y Joan Brossa han muerto, Teresa Gimpera tiene ochenta y dos años y la Cataluña de hoy se parece más a Rosalía que a Lluís Llach.
El problema es, en definitiva, que Manuel Valls cree que una urgencia menor, la de Vox, es más preocupante que una emergencia, la del nacionalismo. O si no lo cree, lo finge. Ojalá su estrategia funcione. De verdad que lo deseo: en Barcelona no hay más opción que él y por eso tiene asegurado el voto de barceloneses como yo. Pero me temo que se equivoca. Y el peligro de que se equivoque es que arrastre con él a Cs. O mucho me falla mi psicología, o Villacís se estaba mordiendo la lengua el miércoles para no decir lo que realmente piensa al respecto. Es decir, que ganar Barcelona y Cataluña puede hacer que Cs pierda Madrid y España.