Confieso que la irrupción del pequeño Nicolás me hizo gracia. Era 2014, fue un invierno frío, escribía obituarios por las mañanas y por las tardes se me helaban los pies en el piso de Cartagena pintado de naranja. Telecinco anunció su entrevista exclusiva con el joven aventurero y ese sábado nos quedamos en casa, vino hasta un suizo que andaba perdido por Madrid, Alex, al que mi compañero de piso y yo, entusiasmados, le ofrecimos el mejor plan nocturno: nachos duros, humus del Mercadona y mentiras televisivas. No entendía nada. Traducíamos en tiempo real las historietas de ese tipo que hablaba como un ministro. No volvimos a saber de él.
Aquella aparición en el prime time confirmó que Fran, como lo llaman los que lo conocen, era un tipo infumable pero con carisma. Tuvo facilidad para moverse en determinados ambientes sin levantar sospechas. A los partidos políticos siempre se le cuelgan estos personajes que sueltan una novela cada vez que abren la boca, inventándose una vida nueva y por fuerza, convencidos de la veracidad de sus idioteces, a esa ficción le empieza a salir raíces de realidad. En Córdoba había otro muchacho con estos problemas, yonki de las mentiras y los saludos, que acabó perdido por su adicción asesorando al PP en el Ayuntamiento.
Lo mejor del pequeño Nicolás es ver cómo maneja los códigos del siguiente escalón a pesar de su origen humilde. Es uno más donde las personas se consideran especiales, una especie de zona Champions de huérfanos de cariño en la que todo son influencias, llamadas, comidas, reservados, mujeres, cachimbas y coqueteo con drogas.
Él pone folclore y le dejan estar como se deja estar cerca al que corta jamón en una boda. Lo pasa bien moviéndose entre las bambalinas del Madrid que huele a yeyo adulterado. Es una institución, una mascota con papadilla que ha cambiado el fieltro por chaquetas pilladas en el outlet.
Ahora, tras pasar tiempo en la sombra, ha reaparecido asegurando ser el padre de un partido sin ideología llamado Influencia Joven. Ya está reclutando por todo el país a las mentes más brillantes y tiernas en lo que él ve un proyecto cumbre y yo un pogromo.
Dice dirigirse a los millennials desencantados. Fundar un partido con ese objetivo es tener ojo. Bastan pocas preguntas para saber que lo de votar aburre porque no tiene botón de me gusta. La franja de edad es canónica, de los 18 a los 35. El pequeño Nicolás, uno entre un millón, está a caballo. No le auguro mucho futuro a este partido de ideas porque la juventud es transición por definición y pronto no quedarán millennials a los que contentar ni, una pena, pequeños nicolases a los que sufrir.