La biografía es el género más tenebroso que existe. No a ojos de los lectores, sino en la entraña del escritor. Una vez puesta la primera palabra, no hay biografiado que deje escapar su oportunidad: la trascendencia. Armado de los poderes más obscenos que brinda la literatura, apresa a su biógrafo mediante un conjuro febril. Lo convierte en un títere encadenado al folio, la entrevista, los papeles viejos...
Apenas tres letras separan al biógrafo del biografiado, pero son suficientes para encerrar la realidad que configura cualquier relación humana: uno es amo y otro es esclavo. En términos bursátiles, es el género más rentable porque la sugestión obliga al escritor a llegar hasta el final. Siempre. A los libros me remito: el rastro de las novelas inacabadas es de trazo grueso, pero ¿quién ha logrado librarse de una biografía?
A mí me ha ocurrido tres veces. Y todas ellas me han obligado a aparcar una novela, el ejercicio más seductor, el combate más fiero contra la gravedad. La ficción, por muy cruda que sea, no es otra cosa que la creación de un mundo posible.
La persecución del biografiado desencadena en el biógrafo una actitud patológica. Supone -al decir de Pablo D'Ors- el "olvido de sí". Sólo una biografía y un hijo logran anular la personalidad del sujeto. Un extremo que no alcanzan ni los amores más entregados. Por eso biografiar es suicidarse un rato.
La locura queda reflejada de distintas maneras. El escritor cruza todas las fechas que se encuentra con el momento vital de su investigado. El escritor desperdicia miles de horas en Google, creyendo que el mismo camino le llevará a otra parte. El escritor -ateo o no- confía en que su sacrificio ablande el alma de su difunto biografiado y le brinde pistas desde el más allá.
Inexplicablemente, tres veces puesto el punto final, puedo decir que ese delirio tiene visos de realidad. Sea o no un pacto con el diablo, el salvavidas acaba llegando, lo que no tiene por qué ocurrir con la ficción.
Para más inri, el biógrafo nunca elige al biografiado. Todo lo contrario. Sucede como con las mujeres -esto en boca de Karmelo Iribarren-, "hay algunas que te miran para siempre". Por eso conviene andarse con tiento, lejos de los personajes capaces de hipnotizar con un gesto.
Hecha la conquista, el género divide a los biógrafos en afortunados y miserables. Los primeros han sido apresados por una figura seductora para el gran público. Eso construye una relación directamente proporcional entre las ventas y la disponibilidad de las fuentes documentales. Los segundos, en cambio, bucean a pulmón y no se comen un rosco. Es como ser del Barça o de Osasuna, ¿alguien ha podido elegir? Ninguno si ese sentimiento exige verdad.
Basta ya. Malditos biografiados. Devolvednos las copas que no bebimos, las juergas que nos perdimos, los besos que no dimos, los libros que no leímos. ¡Devolvédnoslo todo!