A veces no es fácil saber cuándo se estropean las cosas. El punto exacto. El momento en el que, tras ese instante, se desmorona un matrimonio, un negocio, una amistad. O el año vigente en un club de fútbol.
Pero en el caso de la temporada de mierda del Real Madrid no hay duda: fue en la final de la Champions del año anterior, cuando Cristiano Ronaldo asombró a un periodista televisivo diciéndole, minutos después de que su equipo ganara su tercer título continental consecutivo, que había sido bonito jugar en el Madrid.
Nadie, ni siquiera sus compañeros, entendió el mensaje: Cristiano se iba. El tipo del que dependía la fortaleza atacante del Madrid, el delantero para quien el equipo llevaba años jugando, y con notable éxito, se largaba.
Esa noche el portugués no marcó ningún gol, así que los más ingenuos pensaron que, dado el tamaño insondable de su ego, quizá trataba de buscar en otro lado el protagonismo que –por una vez– se le había escapado en la cancha.
Pero quien sí debió entenderlo pero no lo hizo, quien tenía la obligación de anticipar lo que ocurriría a continuación, era el responsable del área de planificación deportiva del Club o, en su defecto, el presidente de la entidad. En todo caso, a menudo, una y otra cosa son lo mismo.
Pero Florentino Pérez no hizo nada. Dejó que el mejor jugador del mundo –si Messi no existiera– se fuera a Italia. Es cierto que, al menos la mayor parte de las veces, cuando un jugador no quiere jugar más en un club, resulta irrelevante si tiene contrato en vigor o no: al final, no juega. O porque consigue convencer a quien proceda para que se transfieran sus derechos a otro club o porque, en caso contrario, decide reducir tanto su rendimiento que, al final, la entidad se ve obligada a traspasarlo.
Por tanto, que Pérez no haya conseguido mantener el concurso de Ronaldo durante esta temporada, a pesar de acceder uno a uno a todos los caprichos del portugués, no es tan susceptible de crítica como lo es el que no lo haya reemplazado.
¿A quién se le ocurre dejar de contar con los servicios de tu mejor jugador, encima el mejor del mundo –si Messi no hubiera nacido– y a la vez renunciar a buscar una alternativa? Ahora puede ser más fácil decirlo, pero resultaba evidente –porque así había sido durante años, y porque las cosas nunca cambian por las buenas–, que los delanteros del Real Madrid no iban a ser capaces, ni siquiera entre todos, de repetir los logros del jugador de Madeira. O de acercarse a ellos.
Y, como dijo Sergio Ramos recientemente, el fútbol se mide por la eficacia: por los goles. Y si no tienes gol porque el jugador que los solía marcar ahora vive en Turín, resulta del todo improbable ganar suficientes partidos como para mantener el nivel de (todavía) uno de los clubes más prestigiosos del planeta.
Al final, en las bandas de rock lo que importa es el cantante. En los equipos de fútbol, quien importa es el que marca (o no) los goles. Si tienes una mala voz no tienes una buena banda. Si tienes un mal 9 –o vive en Italia- no tienes un buen equipo de fútbol.
En condiciones normales no escribiría ”temporada de mierda”, pero Carvajal así definió la del Madrid, y no seré yo quien lleve la contraria al sin duda honesto lateral blanco. Habrá que terminarla, sí, pero ya resultará imposible eludir semejante adjetivo.