La gran aventura de la equidistancia del PSC ha sufrido un giro de guión desde que la dirige Iceta. El otro día redondeó al 65% la cifra mágica con la que colocaría la banda de graduado al separatismo. Los socialistas catalanes nunca fueron antes tan explícitos en sus intenciones. Y a Iceta tampoco le dejan: a sus palabras, las primeras sinceras en la historia del partido en Cataluña, siempre le siguen rectificaciones más o menos torpes provocadas por los aspavientos de Madrid.
El PSC fue capaz de pasar el tiempo agazapado entre la legalidad y la jungla nacionalista. Se veían exóticos durante esos años en los que chispeaba procés, camuflados por el discurso siempre tan refrescante del diálogo acompañado del diseño del Estado federal, la utopía germana que pretende redefinir los pueblos de España empezando por el bigote de Carod Rovira. Lograron darle empaque institucional a las ensoñaciones xenófobas invitando a varias rondas de abstenciones parlamentarias.
Iceta zarandea las banderas a cuadros en la meta, como en las películas de carreras de coches por las ciudades: lo ilegal es sugerente porque hay mujeres en bikini delimitándolo. Iceta, la versión Telecinco de Montilla, el charnego con pinta de campesino lo suficientemente seco para un posible asalto a la Constitución, le pone fuegos artificiales a las intenciones malolientes del PSC. La formación ha llegado arrastrándose hasta este punto de la Historia por el terrario de la democracia. Por fin se pone en pie desde una construcción cool. Si Iceta canta y baila en los mítines, posee ese aire de Fray Perico experto en magdalenas y decoración interior, cómo va a tener ningún plan para hacerle la circunvalación al ordenamiento jurídico, es la trampa.
Al principio se hacían los sorprendidos: "¿Y este tráiler en el salón?", exclamaban bajándose del asiento del copiloto del separatismo. Unchained Iceta logró lo imposible, levantar la alfombra de un partido viscoso, gris, suavón, un drama intuido: ya no hay sombras, ni esquinas anticonstitucionales en las que subirse las solapas de la gabardina. Sus confesiones provocan, además, histerias en Colón. Las derechas se asomaron a la bandera entonando el no pasarán a los relatores. La perfomance fue flojita: a España ya sólo la saca a la calle Rosalía. El drama hay que administrarlo. Echárselo, por ejemplo, al aval del veneno nacionalista. La intoxicación del debate y la malversación del espacio público crean unas condiciones enfermas, como para ponerle mínimos a la fiebre infecta de la propaganda. Iceta recula exorcizado por Ábalos y Carmen Calvo. Al menos nos ha descubierto un concepto nuevo: existe la izquierdita cobarde que, siéndolo, no sabe que es independentista.