Ayer jueves entrevisté a Manuel Valls en su cuartel general del Paseo de Gracia de Barcelona. Lo explico en la entrevista que pueden leer hoy en EL ESPAÑOL, pero lo repito aquí: mientras esperaba al candidato, me entretuve mirando por las ventanas de la sala de reuniones las lonas grises que cubren la torre Deutsche Bank, el edificio que estaba destinado a convertirse en el primer hotel Four Seasons de España.
Hasta que Ada Colau, claro, lo vetó –el proyecto no era rentable si no se elevaba su altura en varias decenas de metros y al populismo de extrema izquierda no le gustan los rascacielos porque su modelo de ciudad no es Nueva York sino las chozas de los na'vi de Avatar– y la cadena canadiense decidió llevarse el Four Seasons, y sus cuatrocientos empleos, a Madrid.
El veto de Colau se quedó a medio camino. Hoy, en el edificio Deutsche Bank se construyen treinta y cuatro apartamentos de lujo bajo el nombre The Residences by Mandarin Oriental Barcelona. Son propiedad de un fondo especulativo de esos cuya página web consiste en una simple dirección de email.
También son apartamentos que el Ayuntamiento de Barcelona no permitirá jamás que sean okupados por alguna mafia de narcotraficantes magrebíes o de profesionales de la extorsión. Ese tipo de privilegios se los reserva la extrema izquierda barcelonesa a sus ciudadanos de clase media.
Es de suponer, además, que todos los residentes del The Residences by Mandarin Oriental Barcelona, caso de disponer de derecho a voto en España, lo harán por Ada Colau. El voto a la extrema izquierda es una de esas cosas que sólo te puedes permitir cuando, como es el caso de las jóvenes y acrobáticas amazonas de Podemos, tienes posibles suficientes como para compartir ascensor con Paris Hilton y todas las consecuencias de tu voto las sufre esa clase obrera a la que tú sólo has visto en las películas de Ken Loach.
Por supuesto, con el cambio sale ganando Madrid. Porque junto al Four Seasons de Madrid se construirán también una galería comercial, veintidós viviendas de lujo y cuatrocientas plazas de aparcamiento. Así que Madrid dispondrá de los beneficios del hotel, de sus cuatrocientos puestos de trabajo, y de los de los apartamentos de lujo. Hasta en eso se ha estupidizado Cataluña en general y Barcelona en particular.
El del edificio Deutsche Bank es un buen ejemplo, en cualquier caso, de lo que supone la gestión populista, es decir ideológica, de un asunto puramente empresarial por parte de activistas de la nada que no sólo no han generado un solo puesto de trabajo en toda su vida, sino que jamás han cobrado un solo euro que no proceda de los Presupuestos Públicos. De gente que tendría serias dificultades intelectuales para gestionar una panadería y que ahora decide sobre la vida, las empresas y las haciendas de un millón y medio de personas.
Para cuando Valls entró en la sala de reuniones, yo ya había decidido que mi voto iba a ser para él. La entrevista, al menos desde el punto de vista personal, fue sólo un trámite.