Impulsó una moción de censura para convocar elecciones y, una vez alcanzada la presidencia con el concurso de la extrema izquierda y el nacionalismo entero, bilduetarras incluidos, se acomodó en la Moncloa con una sobrevenida disposición a agotar la legislatura. Designó desde la primera semana a un puñado de amigos y a varios centenares de conmilitones para puestos clave del poder político y económico, sin olvidar el traumático vuelco inducido a algún importante grupo privado de comunicación.
La moción iba a ser instrumental. Por eso el impulsor se ofreció una y otra vez a retirarla si el presidente se manifestaba dispuesto a convocar elecciones. Por eso declaró que, en caso contrario, él mismo llamaría a las urnas “cuanto antes”, de prosperar su iniciativa. Lo lógico era pues creer que no iba propiamente a gobernar sino a facilitar el tránsito democrático a la mayor brevedad posible. Lo lógico para un ingenuo.
La exigencia de responsabilidad política al gobierno prevista en el artículo 113 de la Constitución tiene carácter constructivo a la luz del derecho comparado. Conviene recordar que la norma está tomada del artículo 67 de la Constitución alemana.
Una eficacia política mediata puede lograrse aun fracasando la moción. Es el caso de la planteada contra Suárez por González, cuyo liderazgo moral quedó fijado entre el 28 y el 30 de mayo de 1980, y se plasmaría en el impresionante récord de 202 diputados socialistas en 1982. Nada parecido, sino más bien lo contrario, depararon a sus impulsores las mociones de Hernández Mancha en 1987 e Iglesias treinta años después.
La eficacia inmediata, la sustitución de un presidente por otro gracias a una mayoría absoluta, solo se ha verificado en la moción de Sánchez contra Rajoy. Pero a esa inmediatez no le acompañaba una mayoría paralela para gobernar. Sánchez no pudo aprobar los Presupuestos Generales del Estado y, nueve meses después de llegar al poder, renunció a agotar la duodécima legislatura.
Entre el 28 de mayo y el 1 de junio de 2018, no había presentado al Congreso nada remotamente parecido a un esbozo de croquis de bosquejo de un programa de gobierno, carencia notable en un instrumento de carácter constructivo. Aunque, ¿qué programa precisa una moción instrumental? En realidad, la moción fue instrumental en un sentido muy particular: le permitió hacerse con el BOE, el CIS, RTVE y todo el resto de herramientas de poder para financiar con el erario la campaña electoral más larga y onerosa de las conocidas.