Once años después de su terrible accidente de tráfico, al fin Vincent Lambert dejará lo poco que aún vive en este mundo. Por orden judicial, le han retirado la alimentación que ha venido recibiendo durante más de una década, y pronto morirá del todo.
No es que esté vivo, aunque tampoco ha fallecido. Se encuentra en ese desafortunadísimo lugar donde se halla la frontera entre los dos únicos estados ciertos que conocemos.
Por la mejor vida de este tetrapléjico de 42 años se han estado peleando durante años su mujer y sus padres. La primera, anhelando un final al sufrimiento; los segundos, incapaces de dejarlo ir a otro mundo. En medio, él, encerrado en su existencia vegetativa, sin mayor actividad que contemplar, sin ver nada realmente, la disputa que más podia dolerle.
Este enfermero clínico asiste desde la cama de su hospital, en Reims, al final de la batalla legal que ha ocupado y dividido a su familia todo este último tiempo: él no dejó escrito, tampoco sospechaba que fuera a necesitarlo, cuáles serían las normas que debían regular su vida en caso de tragedia.
Las peores cosas en la vida a menudo surgen sin avisar, y muchas veces no hay tiempo para poder ponerlas en orden. Y, en su caso, encima tiene a su madre calificando de “asesinato” en Naciones Unidas esta nueva etapa en su vida, intentando forzar la participación del organismo internacional para que detenga, como si pudiera hacerlo, el proceso.
Esta será la tercera vez que desconectan a Lambert de lo que que le ata al mundo de los vivos. Como dice su padre, todo lo que está rodeando su caso, es en parte “un combate politico”. Vincent se ha convertido, por supuesto sin pretenderlo, en un icono por parte de quienes luchan para legalizar la eutanasia en Occidente.
En Francia no es legal, así que lo único que está sucediendo es lo que se ciñe rigurosamente a la legalidad, después de la decision judicial: una desconexión de las máquinas y una sedación profunda.
Todo esto podría ser más sencillo si existiera una legislación que amparara a quienes tienen el infortunio de encallar en el límite de la muerte, sin cruzar del todo al otro lado, y sin capacidad para regresar al mundo anterior.
En Francia, el caso de Lambert está dando mayor visibilidad a un asunto que tiene las dimensiones suficientes para dividir, como lo ha hecho, a buena parte de la sociedad. En nuestro país, el abrupto fin de la legislatura anterior ha paralizado la proposición de ley podría haber despenalizado la eutanasia.
Hace ya 21 años que Ramón Sampedro murió, después de muchos años intentando modificar la legislación, desde su cama, para hacerlo de un modo legal y seguro, tras el accidente que sufrió en una playa gallega. Le ayudó a concluir sus días, que en absoluto le resultaban sencillos, Ramona Maneiro. Su compañera asegura que desde 1998 la muerte digna “no ha avanzado nada”.
Es esta una asignatura pendiente que el próximo Gobierno, cuando se forme, deberá afrontar de forma urgente. Morirse no es fácil. Saber morirse tampoco lo es, pero la legislación vigente debería no complicarlo aún más.