Pedro Sánchez continúa escribiendo páginas imaginarias en su Manual de Resistencia: sigue, por supuesto, resistiendo. Soporta, que no es nada fácil, el empuje de Pablo Iglesias, su supuesto socio prioritario, que es paradójicamente quien con mayor contundencia y habilidad le desequilibra. Y lo hace, hay que reconocérselo, con la destreza suficiente para mantenerse donde está.
Además, se defiende del acoso de Albert Rivera, que lo llama parte de una “banda”, enviándole al mismo tiempo las peores connotaciones que lleva ese término. Y aguanta también los dardos enfurecidos de Pablo Casado, que cada vez los lanza con mayor virulencia y acierto. Tolerar a Abascal, sin embargo, no supone tanto esfuerzo porque el líder de Vox se desactiva a sí mismo con su discurso excesivo y belicoso. En cualquier caso Sánchez, fiel a su manual de venta en librerías, persiste confiando en su capacidad y resistiendo todas las embestidas.
Con la investidura, quizá la más incierta de las que hayan tenido que sufrir los españoles en cuarenta años, puede aún ocurrir cualquier cosa. Solo parece evidente que o bien tendremos a Sánchez investido, o bien tendremos a Sánchez convocando elecciones en otoño. Esto último, a fecha de hoy, solo puede significar más Sánchez en funciones para acabar con todavía más de lo mismo en el futuro próximo, según el CIS. Está claro que, en el horizonte próximo, solo se le vislumbra a él al frente de un gobierno.
Eso lo ve hasta Iglesias, quien también considera que si no hay pacto con Unidas Podemos, tampoco habrá nunca gobierno del PSOE. Probablemente tenga razón, pero tal vez no hacía falta decirlo, salvo si quería escuchar la particular respuesta socialista: que tuviera en cuenta que el mundo no empezaba y acababa en él, lo cual quizá constituya una sorpresa para el dirigente morado.
Iglesias que perdió buena parte de la opción de asaltar los cielos cuando se compró el chalé en la sierra de Madrid, aún puede entrar en el Gobierno, y a lo mejor de modo más eficaz del que tenía pensado. Porque no está claro cuánto sentido tenga que Sánchez le haya vetado a él pero no a su pareja. ¿No son lo mismo? ¿No son, al menos, diferentes versiones de lo mismo?
Rivera, que podía haber conformado una gran alianza de centro, o cercana al mismo, con Sánchez, prefiere no darle ni agua a su mayor enemigo político a cambio de tampoco ofrecérsela a España y poder esperar así su momento, convencido de que un Gobierno de coalición no puede superar muchas fechas en el calendario. Las bombas de relojería, e Irene Montero en un Gobierno del PSOE lo sería, siempre acaban estallando.
Casado también se ve remontando los pésimos resultados que hubo de soportar en las últimas elecciones generales, pero la realidad es que los populares aún se sitúan lejos de obtener mayor relevancia de la que lograron en abril si se celebraran comicios próximamente.
En pocas horas sabremos si España tendrá o no un Gobierno que no esté en funciones. No parecen óptimas ninguna de las alternativas: por un lado, el PSOE ya no será el PSOE si lo desnaturaliza su alianza con los radicales de izquierda; además, a pocos se le escapa que el favor de los independentistas algún coste tendría. Por otro, si se convocan nuevas elecciones, la inestabilidad, el resultado de la incapacidad para llegar a acuerdos de nuestros políticos, será la gran vencedora de este, entonces, insustancial período.