El quinto homicidio en un mes inquieta en BCN tituló el pasado lunes en su portada El Periódico de Cataluña. ¿"Inquieta"? No será porque a los barceloneses les haya pillado desprevenidos la noticia. Barcelona encabeza el aumento de la delincuencia en España titulaba El País este mes de febrero. Barcelona llevaba encabezando esa triste competición desde hacía años. Los robos se disparan un 20% en Barcelona titulaba el ABC unos meses antes, en octubre de 2018.
Podemos viajar hacia atrás en el tiempo. Los okupas toman el barrio del Raval, escribió Libre Mercado en agosto de 2017. El mapa de los delitos en Cataluña castiga Ciutat Vella se podía leer en La Vanguardia de junio de 2017. Guerra de narcos en las calles de Barcelona, de nuevo en El País, en mayo de 2017.
Podría retroceder hasta el hecho fundacional de la conversión de Barcelona en la Caracas europea: la victoria de Ada Colau en las elecciones municipales de 2015. Si hay un asunto del que los medios han hablado largo y tendido durante los últimos cuatro años es el del aumento de la violencia y la inseguridad en Barcelona. Ninguno de los 156.157 barceloneses que el pasado 26 de mayo votaron a Barcelona en Comú podrá alegar desconocimiento. Votaron sabiendo lo que sucedía y asumieron que pudiera seguir sucediendo.
"Nadie vota eso" me contestaron el otro día en Twitter cuando mencioné lo previsible de las actuales cifras de delincuencia en Barcelona. ¿Cómo que no? ¿Quién les ocultó las estadísticas de criminalidad a esos barceloneses? ¿Quién les negó las okupaciones, los narcopisos, los homicidios, el top manta, las agresiones, los robos, los MENAS? ¿No compraron un solo diario en cuatro años? ¿No vieron un solo telediario en 1.460 días? ¿No leyeron las redes sociales? ¿No salieron a la calle, pasearon por las calles de su ciudad o hablaron con sus vecinos? ¿Acaso permanecieron ocultos en una cueva sin conexión con el mundo exterior entre 2015 y 2019?
La literalidad acabará con el periodismo. En realidad, con los que acabará será con los lectores, pero los diarios iremos detrás porque vivimos de suponerle a nuestros clientes una capacidad lectora mínima y si esta no existe nuestro trabajo se complica exponencialmente.
¡Por supuesto que nadie vota para que roben, o asalten, o le okupen la casa a nadie! Bueno, esto último sí. Pero como regla general, se vota en base a unas prioridades entre las cuales, en este caso en concreto, el hecho de que Barcelona continúe encabezando el ranking de las ciudades más violentas de España no puntúa tan alto como tu resentimiento social. Un resentimiento social que es, no me cabe la más mínima duda, el motor del voto a una formación política que ha destrozado en sólo cuatro años el trabajo realizado en la ciudad de Barcelona durante los últimos treinta.
Existe un segundo factor. El infantilismo de un votante de izquierdas que deposita su voto en la urna como el que tira la arena sucia del gato al contenedor de reciclaje. Es decir, desentendiéndose del asunto porque ya hay alguien que se ocupa de ello a partir de ese instante.
Lo llamativo es que esos mismos votantes de izquierdas no dudan ni por un segundo en hacer directamente responsables de las consecuencias de su voto a los electores de Donald Trump, o a los partidarios del brexit, o a los votantes de Marine Le Pen, Matteo Salvini o Viktor Orbán. Ahí las responsabilidades por el resultado de esos votos, responsabilidades directas y concretas como un contrato de compraventa inmobiliaria, se adjudican a los votantes con nombres y apellidos.
Pero eso no ocurre jamás al otro lado de la raya. "Es que yo no he votado que Barcelona se convierta en Mordor". No, claro que no. Y los 40.000 catalanes que en 1987 votaron a Herri Batasuna en las elecciones europeas de ese año tampoco votaron que ETA volara por los aires a veintiuna personas en un supermercado Hipercor apenas una semana después. Simplemente, asumieron la posibilidad de que eso sucediera sin que eso modificara el sentido de su voto. La realidad, en fin, es que entre esos 40.000 votantes no había ni uno solo que no supiera a qué se dedicaba Herri Batasuna por aquel entonces.
Y no estoy comparando ambos casos como quizá piense, equivocadamente, algún literalista. Estoy comparando esa molesta tendencia del votante de izquierdas a espulgarse la responsabilidad por las consecuencias en la práctica de sus decisiones libres y adultas. Pero ya se sabe. Ellos votan con toda la buena intención del mundo y, si la cosa sale mal, la culpa es siempre de la poca habilidad del líder de turno a la hora de aplicar una teoría, por otro lado, impecable.
Quién fuera de izquierdas para poder vivir así de feliz. Me pregunto entonces para qué han votado a Ada Colau. ¿Para que aplique las políticas de Manuel Valls, quizá?