Qué mañana la del domingo. Así, soleada, primaveral, desmintiendo al calendario en un día en que se desmontaron muchas cosas. La revolución de las sonrisas eran los niños rubios con la señera y la constitucional (Vázquez Montalbán/Carvalho decía que en Madrid todos los niños eran rubios).
Y yo sé que se contaron paraguas al raso, gente de Madrid y de Málaga que saben que hay que estar y cumplir con sus compatriotas. La España de los balcones bajó a la calle y se volvió a ver esperanza, felicidad. Acaso porque el espanto puede dar lirios. Qué diferencia que se pasearan carritos de pequeños sin tomates en la cara frente a los del Tsunami, "con acento de Osona" y con un pasamontañas tan grande como las vergüenzas de Torra cubriéndoles el rostro.
Si para algo sirvió la manifestación del domingo fue para demostrar que el constitucionalismo -como el Buen Padre de las Escrituras- los acoge a todos. Incluso a Iceta, descarriado, que siempre puede volver a la senda de la que se saldrá pasado mañana en el eterno retorno del icetismo.
El constitucionalismo es bello como la mañana de otoño, bello como los ciervos del Pardo o de Cuelgamuros, a los que se la resbalan la propaganda carmencalvista y los ofendiditos a diestra y a siniestra.
En España, y se vio el domingo en Barcelona mientras yo cincunnavegaba Abantos con mi bicicleta, no hay dos Españas: en España hay una España de la ley que saca el orgullo frente a los despojos. Una España que vuelve a sacudirse esos complejos maniqueos que se reparten a cascoporro los sábados, de noche, con gritos cruzados. Y Revilla o Francis Franco, los terceristas idóneos a la hora del porno.
La España de Barcelona, la bulla barcelonesa, tenía desde lo alto un rugido plural de Domingo de Ramos. Y de Pollinicas y de Borricas, del Huerto y de la Hiniesta. Somos guapos de rojos y de gualdas. Habría que congelar más domingos como el del 27-A y desmontar para siempre al separatismo y a quienes lo prestigian.
España es hoy Paco Frutos, nuestra conciencia roja y silenciada que hace tiempo vio que la infamia, la bicha, venía de cuando el Tercer Estado sacó las banderas de la burguesía más reaccionaria (que ya no es la granadina, que penara Lorca en un presagio). Y eso frente a los que fueron los más suyos, los sindicatos, que compran con gustirrinín la soplapollez del "derecho a decidir" y que salen en los carteles con las siglas de los golpistas en pícnic y martingalas indepes.
Lo del domingo fue un 155 sin burocracia, con amor: como hacerlo con Julio Iglesias sonando y con champán en un jacussi de Marbella. El día en que después de tantos pujoles y tantas diadas, y después de tantas florecitas y de tantos policías en coma, se le dio el rejón de muerte al nacionalismo. Quizá con lo de Barcelona, y a pesar de Sánchez -o gracias a Sánchez-, se cerró ya la dictadura en España.
Conviene mirarse de cuando en vez en el espejo de los domingos históricos de Barcelona. La larga marcha hacia el sentido común que empieza y acaba en BCN. Un día en el que nos ganamos a Rufián por el inconsciente y la verdad.
Lo decía Sabina: el diario no hablaba de ti, ni de mí. Ni el CIS. El CIS, por su parte, que ni cuenta a Ábalos, que fue y que estuvo el día en que desratizamos Barcelona.