885.651 no es el número del Gordo de la Lotería de Navidad. 401.190 no es el del segundo premio, sin embargo a la Sagrada Familia Pujol Ferrusola les ha vuelto a sonreír la suerte.
Ambos números se corresponden con lo que tan modesta estirpe dejó de pagar a Hacienda por algunos de sus ahorros en Andorra. En ambos casos el delito fiscal ha prescrito. En ambos casos, por lo mismo, han sido exculpados.
Con noticias como esa, a dos días del de los Inocentes, probablemente se sienta tan estúpido, tan memo, tan ridículo como si hubiese descubierto que lleva todo el día con un muñeco de papel pegado a su espalda y hubiese entendido al fin de qué se reía toda la gente con la que se ha cruzado por la calle.
Si ha leído la noticia completa -menos visible de lo que hubiese merecido- quizás haya llegado a un par de conclusiones obvias: la primera que ni esas cantidades ni aquellas por las que debían tributar, las ha visto ni las verá juntas en la vida. La segunda probablemente tenga que ver con el momento en que presenta su Declaración de la Renta y le sale positiva después de todo lo que ha pagado durante el año sin rechistar o todo lo que ha adelantado a Hacienda para Dios sabe qué. Seguramente también se acuerde de su “ingeniería financiera” de andar por casa o de la multa que pagó con la certeza de no merecerla porque la alternativa era infinitamente peor.
Quizás se sienta idiota, puede que piense que la primera familia de Cataluña ha tenido un trato de favor, pero no sólo es eso lo importante, o no lo más importante. Y sí, es cierto que la impunidad ajena deja siempre un regusto amargo, una sensación de injusticia que le hace desear a uno convertirse en antisistema y soñar con romper las normas si -total- sólo las cumplen los imbéciles como usted.
Pero lo que hay detrás de esa prescripción, de ese regalo de Navidad por partida doble, es la evidencia de que la cleptocracia generalizada en la que ha hozado la Administración catalana no va a tener castigo. Que sí, que hay una raza superior infinitamente más lista y más malvada y que se ha ido de rositas y que con el pacto que parece que alumbrará Sánchez la noche de Reyes, el candado de la caja fuerte en el que se esconden los privilegios, la arbitrariedad y el despotismo de tres décadas, quedará definitivamente cerrado.
Y ya no habrá manera de saber lo que todo catalán de bien intuye: que esas cantidades no pagadas, ese dinero por el que había que tributar, son los ladrillos con los que se ha construido esto que hace su vida irrespirable. Que ese 3% como hecho diferencial, esa ley del silencio, ese juego de lealtades cimentadas en el interés mutuo, es la telaraña que ha ido ahogando y destruyendo el Estado de Derecho en Cataluña, y que la amenaza de que todo eso estallara por los aires, que hubiera que pagar por ello, ha sido el principio de todo lo que ha venido después.
Hoy hay una familia que duerme tranquila en la certeza de que -exceptuado algún sobresalto sin importancia- todo está como y donde debe estar: el dinero en su sitio, “los niños” recogidos y los herederos haciendo su trabajo. Usted, seguramente no.