Lola de España es Lola y es España. A Lola se la ve en los postres con Villarejo o la recordamos con el abriguito y los guantes e impasible el ademán el día del traslado de Franco en su momento más histórico.
Los aportes de Dolores Delgado a la Justicia en su ministerio han sido los que fueron, pero ahí está su sombra de ojos y su resistencia para mostrarnos que para llegar a Notaria Mayor del Reino hace falta un extra, un lolismo de Lola y los consejos impagables de Garzón.
Lo mejor de Lola, insisto, es ese aguante, esa concepción machirula de las instancias judiciales. Por ese cúmulo de virtudes, Lola, luz de la Justicia y fuego de las cloacas, ha caído tan bien en el sanchismo que la jubila con honores.
Cuando Lola valoraba la información vaginal de Villarejo, cuando comentaba la condición sexual de Marlaska, cuando era reprobada, Lola se hacía carne de pueblo. Era, por así decirlo, como esa toga que opina de lo humano y de lo divino entre rondas de anís en mitad de una venta.
Con Lola elevada a los altares se nos va quedando el clima perfecto para que los golpistas, sin prisa pero sin pausa, vayan volviendo a sus casas, a sus causas, y hasta volviendo a hacer lo que quiera que sea que "volverán a hacer".
Lola pudo ser el descarte del sanchismo, pero todo en Lola es dossier y eso, en la España de hoy, es un mérito de supervivencia. La patada hacia arriba con Lola es doble, porque un año de ministerio sanchista es un posgrado en gramática parda.
Que Pedro Sánchez aplauda a Delgado por "independiente" y por "un currículum envidiable" habla mucho de Delgado, de Sánchez, del significado de independencia y hasta del concepto mismo de currículum.
Con Lola y sus ojos astrológicos ya todos estaremos fiscalizados, ahora, justo ahora que Montesquieu está más muerto de lo que estaba.