Borja Sémper era el derechista con el que soñaban todos los socialdemócratas y el socialdemócrata al dente para los que todavía nos confesamos de derechas antes de que alguna ministra de lo ginecológico anuncie nuestra prohibición –por patriarcales– durante una rueda de prensa aromatizada con velas que huelen como la vagina de Gwyneth Paltrow.
Hasta en los parámetros de fermosura puntúa Sémper muy por encima de esa mandíbula de la clase Gerald R. Ford que tenemos por presidente. No desdeñen el dato. Hoy no vas a ningún lado, y menos a Moncloa, con la cara y la calva de Gregorio Peces Barba. Tampoco vas a ningún lado en el PSOE actual con la inteligencia de Peces Barba, pero ese es otro tema.
Supongo que esa idealidad convierte a Borja Sémper en el mejor presidente del Gobierno posible para millones de españoles que jamás votarían a Borja Sémper.
Que jamás le votarían con las manos, aclaro. Votar con la boca lo hace cualquier zangolotino treinta y ocho veces al día y así es como hemos llegado a un Gobierno de PSOE y Podemos aplaudido por golpistas y terroristas: votando con las manos a uno diferente de aquel al que votamos con la boca.
Si los votantes del PSOE tuvieran que resignarse a un presidente del PP, escogerían a Borja Sémper. Si los votantes de derechas tuviéramos que resignarnos a un presidente del PSOE, también escogeríamos a Borja Sémper. Pero para qué votar a un tipo inofensivo que no convence al 100% a nadie, pero que tampoco provoca rechazos insuperables, cuando puedes votar a dos talibanes como Sánchez e Iglesias y sentarte a contemplar por dónde revientan las costuras del Estado de derecho.
Borja Sémper era el tipo que desearías ver siempre en el partido político de enfrente. "Si todos fueran como él" decían muchos españoles mientras votaban a Atila el Huno. En realidad, si todos fueran como Sémper, esos españoles seguirían votando a Atila el Huno.
Pero cuánto les reconforta fingir que si ellos no votan a los otros no es porque le deseen a esos otros el descanso eterno en una zanja de localización ignota, sino porque los otros no son tan exquisitamente moderados como ellos, que votan a Atila el Huno. En España, los moderados te reprochan tu radicalismo con una antorcha en las manos y después de atarte a un poste.
—Si tú fueras como Borja Sémper ahora no me vería obligado a pegarte fuego.
—Y si tú fueras como Borja Sémper, yo no estaría ahora atado a este poste.
Borja Sémper es el seguro moral que le permite a muchos españoles seguir votando a los vándalos de siempre sin mayores remordimientos de conciencia. "Si todos fueran como él". ¿Y no basta con uno solo?
¿Cuántos Borja Sémper deberían haberse paseado por la cúpula del PP para que socialistas y peneuvistas hubieran dejado de votar a Idoia Mendia e Iñigo Urkullu? Ni que Borja Sémper, además, fuera un don nadie en el PP. Presidente del PP de Guipúzcoa y portavoz del PP vasco en el Parlamento autonómico de la región. No era poco mando, el suyo. Pero no suficiente, visto lo visto, para que en la comunidad más enferma moralmente de España se dejara de votar al nacionalismo, a la tierra, a la sangre y a los fueros.
A Borja Sémper le pesan, claro, los halagos de quienes fingen apreciarlo. Algunos de ellos habrían bebido champán, o mirado hacia otro lado, u homenajeado a sus asesinos, si ETA hubiera conseguido matarlo. Como de hecho intentó la banda terrorista en dos ocasiones. Una de ellas en la facultad de Derecho de la Universidad del País Vasco, donde Sémper estudiaba.
Otros jamás le han votado ni le habrían votado aunque todo el PP fuera un ejército de stormtroopers clonados a partir de un gota de su sangre. Son los mismos que corren como pollo sin cabeza en dirección a la España de 1936, pero que simulan soñar con "una derecha civilizada", que quiere decir sumisa, inerte y bobalicona.
Que le cuenten el chiste a José Calvo Sotelo. Con Sémper fingen conexión porque a Sémper le votaba el 8% de los vascos. Si a Sémper le hubiera votado un 25% le habrían caricaturizado con correaje, cartuchera y camisa azul. Sémper les cae bien porque es guapo, porque sale con una actriz también guapa y porque jamás mandará en el País Vasco. Y poco más allá van esas simpatías.
He hablado algunas veces (no demasiadas) con Sémper. Aún me debe una entrevista, por cierto, pero ya se la cobraré en el Zuberoa. No coincido en absoluto con sus tesis sobre el nacionalismo ni en su forma de enfrentarse a él, y creo que Cayetana Álvarez de Toledo tiene razón en lo tocante al PP vasco.
Dicho lo cual, ojalá fuera Sémper el político español con el que más discrepancias mantengo. Me parece injusto atribuirle a Sémper el declive del PP en el País Vasco, algo que se habría producido igualmente aunque al frente del partido estuviera Abraham Lincoln. Cosa que demuestra también el declive paralelo del PP en Cataluña, con un liderazgo muy diferente al de Sémper y Alonso. También creo que la atmósfera política actual no beneficia perfiles como el suyo.
Borja Sémper ejemplifica en mi cabeza ese dilema que plantea el periodista americano David Rieff –hijo de Susan Sontag– en el caso de conflictos como los vividos en Irlanda o el País Vasco. Muy resumidamente, Rieff defiende que justicia y paz son incompatibles. Si quieres la primera, jamás tendrás la segunda. Si quieres la segunda, jamás tendrás la primera. Sémper es la paz.
Mi carácter personal me empuja a exigir justicia aunque fallezca el mundo y de ahí mis discrepancias con Sémper. También sospecho que quienes aspiran a la paz en perjuicio de la justicia suelen acabar sin paz y sin justicia. Pero podría estar equivocado.
En cualquier caso, Sémper no es mi némesis, sino la de aquellos que piden justicia para sus muertos y paz para sus asesinatos. Yo podría transigir, en un contexto de petición de perdón por parte del nacionalismo vasco, con una paz sin justicia. Pero jamás transigiría con una guerra con injusticia, que es lo que hay ahora y que emerge a la luz cada vez que a un político de Ciudadanos se le ocurre visitar un pueblo del País Vasco profundo. O todos pacíficos o todos justos. Pero esta pamema de ahora, para las cabras.
Y por eso me extraña la imagen que de Sémper han dibujado esos socialistas que representan todo lo opuesto de lo que él defiende. ¿A estas alturas hemos de andar todavía explicándole a esos socialistas las diferencias entre tibiamente moderados (Sémper) y cómplices cobardes (ellos)?