El PSOE acabó el jueves con la carrera de Ana Pastor, la brillante profesional protagonista de una época de nuestro periodismo. Bastó un simple tuit, el poder entiende a la perfección las sutilezas, mientras la ya ex periodista seguía escandalizada por el uso de la palabra "becaria" en un titular que hacía referencia a su trayectoria.
Los aspavientos —“ascazo”— alertaron a los socialistas, al partido que gobierna, que acudieron al olor de la sangre dispuestos a debilitar al llamado contrapoder, esa charanga de adultos con problemas de personalidad y adicciones, preocupado, sobre todo, de ejercer su cometido agotando todas las poses posibles.
Ana Pastor cayó en la trampa del PSOE, una organización con mala fama por algunos asuntos sueltos, ciertos detalles que han marcado su historia y la nuestra. Por suerte, ha recuperado el barniz gángster tras el encuentro clandestino de uno de sus ministros bajo la turbina de un Falcon con una de las estrellas del chavismo, la mamba marrón de Maduro. Debajo del ecologismo, todavía latía el auténtico espíritu socialista y la verdad es que me alegro.
Siguiendo esa tradición, la ejecución de Ana Pastor tenía una coartada perfecta: estaba en apuros una mujer comprometida, emprendedora e independiente. Nadie sospecharía nada: era el plan. El tuit del PSOE fue demoledor, alimentó la maquinaria de la corrección y dejó a la empresaria de éxito en poco más que una traficante de comprobaciones, esa redundancia que está arruinando el periodismo.
Lo factchequeado tiene la sombra de la duda después de que el poder agarrara de la insomne garita a uno de sus mejores talentos y lo refugiara bajo su ala. Perder el carnet de manipuladora de las esencias del periodismo no debe ser fácil, hay un duelo, un periodo de adaptación, la realidad tiene esas cosas. Si David Jiménez pasó un año fatal porque la teoría no le encajaba en el día a día, Ana Pastor lleva una semana sin exigirle al PSOE borrar el tuit, el desagüe de su profesionalidad, el patrimonio del que disfrutaba España sin agradecérselo demasiado. A pesar del activismo y la efervescencia, la frescura y el halo, no ha tenido soltura para evitar ser rescatada del western del clickbait que es internet por los bandoleros que decía vigilar.
Quizá porque el periodismo es el oficio más sencillo y normal del mundo permite a los periodistas convertirlo en una fiesta de disfraces: a la hora del aperitivo del jueves pasado, Pedro Sánchez y los suyos habían descatalogado la máscara de tonos verdes que algunos llamaron periodigno.