La jugada está cada vez más clara. Por si quedaba alguna duda, la explicitó la semana pasada el portavoz de EH Bildu en el Congreso, aprovechando una pregunta sobre las medallas otorgadas a los torturadores impunes de la dictadura por razón de hechos vinculados a esas conductas ilícitas.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Rentería, aunque no pase, apremió al gobierno a revisar de igual modo las condecoraciones concedidas en democracia por acciones enmarcadas en la lucha antiterrorista, para lo que no tuvo reparo en afirmar que habían ido a parar en su mayor parte a torturadores posteriormente indultados. Una afirmación grave que en cualquier país que se respetara a sí mismo habría que respaldar con datos y cifras, pero que aquí es gratis arrojar al aire a voleo, y a ver quién pica y se lo cree.
El objetivo es más que evidente: igual que los dirigentes militares de ETA apostaron en su día para doblegar al Estado por una teoría denominada de empate infinito, basada en el mantenimiento indefinido del homicidio como argumento, ahora que el homicidio ha dejado de ser viable, como la propia ETA, los depositarios políticos de su ideal y su legado apuestan por un «empate infinito» en la memoria.
El truco es el continuo recurso a magnificar los crímenes cometidos bajo el aparato del Estado, hasta que su caudal iguale la suma ingente de dolor y oprobio que su organización antaño tutelar esparció sobre las vidas de muchos miles de ciudadanos, dentro y fuera del País Vasco.
El empeño tiene mucho de grotesco y bastante de inmoral: que se erija en campeón de los derechos humanos quien sigue sin ver reprobable, salvo en subjuntivo y si le aprietan mucho, que a un niño de dos años lo despedacen con una bomba lapa adosada al coche de su padre —por mencionar uno solo de esos homicidios argumentales, del que pronto se cumplirán treinta años—, movería a risa si no produjera arcadas.
Que se pretenda desacreditar la resistencia más que digna de una sociedad y sus servidores a una extorsión insoportable e inhumana, y hacerla no ya igual sino de inferior condición moral a la conducta de los extorsionadores, por el hecho de que se produjeran excesos en la respuesta a estos, es una pirueta que sólo desde la más férrea y acrítica adhesión al acróbata de turno puede tener un pase.
Se trata, en definitiva, de una vieja estrategia del MLNV, el movimiento fundado por ETA militar y asentado en su músculo militar ya perdido, del que EH Bildu opera con estas maniobras como aplicado discípulo y fiel continuador.
Como escribe en su libro de referencia Revolucionarismo patriótico (Tecnos, 2011) el estudioso del MLNV Iñigo Bullain, "la reivindicación de derechos permite sembrar la confusión y extender la irrealidad entre la población, que contempla cómo los abanderados de la demanda de derechos son al tiempo quienes justifican la vulneración de los derechos más elementales". Puede entenderse que quien vive con y de esa herencia recurra a esta clase de subterfugios.
Lo que resulta más difícil de entender es que quien desde el gobierno representa a la sociedad así escarnecida, y tiene además a sus órdenes a las instituciones y personas calumniadas, calle y otorgue, no se sabe en pos de qué transacción. Porque por ahí no se va a ninguna parte, y a quien por un momento dé en creer otra cosa, el tiempo se lo acabará demostrando.