Hay sucesos vulgares que adquieren trascendencia a la luz de la historia. La muerte del terraplanista Mike Hughes, por ejemplo, ha sido presentada como un acontecimiento absurdo y risible porque no hay épica que valga si pierdes el paracaídas al despegar en un cohete casero lanzado al cielo de la soleada California.
Sin embargo, la parte menos llamativa de este fatal acontecimiento entraña suficientes dosis de locura y fanatismo como para concluir que estamos ante una tragedia mitológica moderna, que demuestra que nuestra civilización zozobra hacia la perdición.
Lo de menos es que el bueno de Mike Hughes se condujera movido por la picaresca, como dicen algunos, o por convencimiento. Lo importante es que si fue capaz de obtener financiación para construir un cohete con la promesa de fotografiar el horizonte y demostrar urbi et orbi que la tierra es plana, es porque el oscurantismo y la superstición no van a doblar nunca el brazo ante el conocimiento.
Mad Mike tomó el cielo para refutar 500 años de ciencia armado de una cámara y, desde esa perspectiva, su figura se engrandece como una suerte de Ícaro de las tinieblas.
La luz y el mundo de las sombras libran una guerra inmemorial que parecía decantarse del lado de la razón y de la técnica desde la Ilustración, pese a las dos guerras mundiales y los genocidios encabalgados de nuestro terrible siglo XX.
Sin embargo, expediciones como la de Mike Hughes ponen en duda que el mundo de hoy sea ese lugar más alfabetizado, más sano y menos violento que nos pintan Pinker, Rosling y los sociólogos del optimismo, para gozo de esos heraldos del liberalismo que tan cachondos se ponen con la curva de Laffer.
La hiperconexión y la globalización están siendo el caballo de Troya de la estupidez en cualesquiera de sus manifestaciones y dogmas. Como el que postula un crecimiento ilimitado y sin consecuencias pese a vivir en un país con tantísimas desigualdades como España. Con la desventaja añadida para el mundo de las luces de que la superstición, el pensamiento mágico y el embrutecimiento suelen resultar más embriagadores y adictivos que el buen gusto y inteligencia.
Para muestra, las redes sociales, por ejemplo Twitter, ese vomitorio donde la mentira, la calumnia y la difamación se regostan alentadas por unos gestores sin escrúpulos que hacen de las bajas pasiones su impune negocio.
Después del accidentado ultimo vuelo de Mike Hughes, Ángel caído de la superchería, comprendemos que más pronto que tarde volveremos a la Edad Media porque la involución existe. Medio país anda ya en ella.