La crisis que ha traído el coronavirus y que no ha hecho más que empezar, nos devuelve de repente a la casilla de 2008. A una nueva crisis global. A otra recesión. Pero ahora golpea a una sociedad desarmada, cuando el náufrago en que nos convirtió aún chapoteaba, exhausto, para alcanzar la orilla.
Aquel terremoto que sacudió los cimientos de las clases medias y que alumbró ese nuevo cuerpo social tan reivindicado al que se ha denominado "la gente", será el empujón definitivo para convertir a sus representantes en hegemónicos. Hoy estamos un paso más cerca de ser una república bananera.
En medio de esta catástrofe sanitaria y económica, con un Mad Max a la vuelta de la esquina, el Parlamento vivió otra sesión patética. En cualquier otra circunstancia lo sería, pero que el presidente del Gobierno lleve escrito el discurso y las respuestas a los portavoces, y que se dedique a leer y a interpretar lo que le ha redactado el gabinete de turno cuando afuera las UCI de los hospitales están al borde del colapso, es más que nunca una gravísima falta de respeto a los ciudadanos y un fraude a la política.
Tras una intervención de bellas palabras y floreados llamamientos a la unidad, Pedro Sánchez ni se molestó en levantar la cara en su escaño para mirar al jefe de la oposición durante su discurso, en una de las muestras de desprecio más aborrecibles que ha vivido el Hemiciclo.
Que nadie se engañe. Si alguien pensaba que esta epidemia iba a unir a los españoles, mejor que se desencante pronto.
Los socios del Gobierno aprovecharon la ocasión -que hay que tener estómago en la actual coyuntura- para seguir atizando a la Monarquía y alentar caceroladas con las que perseverar en la división de la calle.
Aún hubo de llegar el cooperador necesario Rufián para dar lecciones de Estado del Bienestar y de infraestructuras hospitalarias después de haber empleado cuatro décadas seguidas de competencias transferidas en levantar embajadas y hacer país. Esa y no otra era la prioridad.
Un valioso aprendizaje puede extraer "la gente" de la jornada: es posible hacer un Pleno del Congreso con un puñado de diputados, ergo sobran más de trescientos. Y llegado el momento, incluso puede que baste con uno solo, que es lo propio de las repúblicas bananeras. Felicítense. Hoy es el Día del Padre para todos, menos para Felipe VI.