El pasado domingo, en primera página, el diario El País publicó una larga tribuna de opinión de Byung-Chul Han, profesor surcoreano de la Universidad de las Artes de Berlín, que es una advertencia sobre una posible transformación de la cultura occidental si copiamos el colectivismo de control digital de las sociedades asiáticas.
Se trata nada menos que del final de la libertad, de la privacidad, de una exaltación del Estado como controlador digital de nuestra vidas, de nuestros movimientos, de nuestra temperatura, ritmo cardiaco y cualquier otra acción o rasgo de nuestra fisonomía (hasta el más pequeño lunar de nuestra cara) y de los miles de millones de ciudadanos de toda la Tierra.
Mr. Han considera que la solución asiática no es aplicable ni recomendable en Occidente, pero se inclina por "repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta".
En el nuevo mundo del siglo XXI, Han describe dos modelos y propone una tercera vía. El primer modelo es el actual de Estados nación y grandes potencias demográficas de más de cien millones de ciudadanos. Es decir, nuestro mundo globalizado con los valores de libertad, democracia y control de los gobiernos como el que hemos venido disfrutando, creación de la gran cultura europea que tiene su origen en el siglo XI. Una cultura que consagró el dominio del derecho, de la privacidad, de la movilidad, del crecimiento económico y libre mercado mundial.
Frente a ese mundo (decadente e inmanejable, según Han en la presente crisis del Covid-19), el escritor surcoreano describe la solución asiática de sociedades enteras controladas mediante la digitalización. En ese modelo, cientos de millones de cámaras digitales y el intercambio de datos de las empresas de teléfonos móviles permiten que el Estado sepa "dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas".
Mr. Han propone una tercera vía, que recuerda al socialismo de izquierdas y al populismo podemita, consistente en "restringir" el capitalismo, lo cual es una suerte de eufemismo del intervencionismo y de las prescripciones del mantenimiento de los espacios de libertad que voluntariamente hemos concedido al Estado por una situación provisional y transitoria. Por ello, las restricciones y cesiones de derechos actuales, auténtico estado de excepción de la Constitución, deben estar acotados por una fecha cierta.
En todas las grandes crisis del siglo XX, después de la I Guerra Mundial, el Estado creció exponencialmente. Lo mismo ocurrió después de 1945 y hasta la década de 1980 no se produjo una reacción en contra de los macro estados socialdemócratas, gracias a la visión de Reagan y Thatcher, y al hastío de los ciudadanos por el dominio parasitario de los sindicatos y de la asfixiante burocracia. Se trata de vasos comunicantes: a más Estado, menos sociedad civil libre y viceversa.
La cuestión que se planteará a partir del día D+1, el siguiente de la vuelta a la normalidad, es si las sociedades libres occidentales serán capaces de defender y mantener nuestro modelo occidental o si caeremos en la tentación del súper Estado de control digital. La tercera vía de "salvación del bello planeta" es, a mi juicio un canto de sirenas de mayores impuestos, más endeudamiento, renta básica universal y con los ejes buenistas del "clima", reducción de la movilidad y políticas de género que ya conocemos.
Después del día D+1, creo que resulta mucho menos lesivo para las sociedades libres, superar una pandemia transitoria antes que padecer de modo permanente el control digital o el Estado intervencionista ampliado, con permisos de viajes limitados de Mr. Han.