El 8 de noviembre de 2014 leímos en Málaga el manifiesto de Libres e Iguales, en contra del referéndum ilegal que Artur Mas había convocado al día siguiente en Cataluña y a favor de la ciudadanía común de todos los españoles. No era un acto partidista y la consigna era clara: no se podía sacar banderas de ningún partido.
Pero cuando el periodista Teodoro León Gross inició la lectura, los siete u ocho que había de Vox, de entre los poco más de cien asistentes, desplegaron su bandera de Vox. En cuanto acabamos, me fui hacia ellos para soltarles cuatro frescas. Se pusieron entre victimistas y chulos, diciendo que si no tenían derecho o qué.
En unos minutos, estaba ahí cifrado el populismo entero. De izquierda o de derecha, me da igual: es igual de repulsivo. Primero, el carácter abusón, apropiacionista, traicionero, atufante. Después, la respuesta pasivo-agresiva, en modulaciones pringosas.
Estropearon un acto que, por otra parte, tampoco sirvió para mucho. Vox no era entonces un partido relevante electoralmente, pero ya eran los mismos pájaros. En pocos años, el panorama político español iba a ser –por ellos y por Podemos (y por los nacionalistas, que ya estaban; y por los papelones de los dos partidos grandes, muy empequeñecidos)– más invivible que la película de Hitchcock.
Ahora, en plena pandemia, Vox se ha cargado toda oposición posible al nefasto Gobierno Sánchez-Iglesias. En una semana en que hemos llegado en España a los 27.650 muertos por coronavirus (oficialmente), la noticia son las protestas berlanguianas en la calle Núñez de Balboa y afines.
Ni siquiera es necesario que esté Vox mayoritariamente en ellas: les ha dado su estética y basta. Un balón de oxígeno para el PSOE y Podemos, como les viene dando desde que empezó a subir electoralmente (alentado por el PSOE y Podemos).
Pero en Vox están muy ufanos. Y acusando a los demás de cobardes, equidistantes, vendidos, etcétera: lo de siempre con los apretaos. Hay apretaos en todos los partidos, pero hay partidos particularmente proclives al apretamiento: así Podemos, así ERC, así Junts per Cat, así las Cup, así el PNV, así Bildu, así Vox.
La psicología del apretao es muy simple: la rige una suerte de magia simpática (o antipática). Como yo detesto a Sánchez, se dice el apretao de Vox, mi detestación tumbará a Sánchez. Cuando lo que ocurre en la práctica es que lo sostiene. Pero eso el apretao no lo ve: por eso es un apretao.