La Historia (perdón por la mayúscula) va tejiendo su cañamazo matando las moscas del estío, por los regatos de la miseria, mientras el virus anda rebrotándose y Carmen Calvo advierte de que podría volver el secuestro civil y ese tiempo que nos volvieron eunucos por orden del BOE.
Quiero decir que todo cuanto conocemos es susceptible de empeorar, y así fue que nada más dejar la cuarentena al neopuritanismo se le pasaron los ardores de género y empezó una obra mayor: la demolición de la Historia (vuelvo a pedir perdón por la mayúscula).
La turba fue tal que había ahora que arrodillarse ante quien se pareciera a Malcolm X en la puñetera rue, pues es bien sabido que el blanco es racista desde que lo parió Colón, aunque por las habitaciones últimas de nuestra sangre corra un cuarterón de mulatos desmentido por la pigmentación y lo moro, que también nos late a los de debajo de la muga de Behobia.
Cómo sería todo que en Estados Unidos, en lugar de abrir un libro y volver a ver qué carajo dijeron los padres fundadores, el mayo del 68 pilló en junio del covid, y pasó que de Roosevelt a Lincoln, todos eran motivo de una caza de brujas de Salem con mucho de Instagram, jaleo de Hollywood y deportistas horteras de la gorra calada.
Como un virus, la movida saltó a la peor Europa. En lugar de pedir cuentas a quien se debía, de que ardiera la farola de la Historia (otra mayúscula) en alguna avenida de Haussmann, se decretó que no había que subirle el sueldo a los médicos o mejorar los zurcidos del Estado del Bienestar; por contra, se decidió desvirgar a las estatuas en Londres y hasta en París, donde algún enciclopedista fue llenado de pintura y de miasmas.
Europa pagó por ser racista anacrónicamente -como buen logro populista-, pero no fue suficiente, y es que Occidente entero se dio cuenta de que la pandemia venía del esclavismo, y eso que ya lo avisó Karembeu a su manera.
Ahora paseo por los barrios de la infancia, y hay un busto de Rubén Darío al que la purria aún no ha llegado con sus brincos de spray y sobaquina. Está inédito y sobre un montículo que quizá fuera una barricada cuando la guerra. Hablo con Darío de las razas ubérrimas de la Iberia fecunda y el jardinero de la nueva normalidad me mira con tristeza y mascarilla.
Las estatuas vuelven a brillar con sangre y mierda. Estamos donde Iglesias y Abascal nos querían.
Cuando se aburrieron de tirar bustos vieron que el microbio seguía ahí. Y lloraron bilis.