Confieso que Unidas Podemos ejerce sobre mí un poder hipnótico. Como los niños feos, las madrinas de las bodas y los calvos con coleta. Son cosas que me disparan la disonancia cognitiva y me hacen revolverme, inquieta, pero no puedo apartar los ojos.
Me fascina, por ejemplo, su habilidad para predicar una cosa y hacer la contraria. Sin sonrojo ni disimulo. Y, lo que es más asombroso, sin que entre sus seguidores eso les pase factura.
Me chifla su habilidad para detectar micromachismos en el gesto mecánico de un camarero al repartir las bebidas, que puede convivir sin problemas con su indulgencia cuando, por poner un ejemplo, el que secuestra la tarjeta de teléfono desaparecida de una subordinada y examina ese contenido, devolviéndola dañada pasados unos meses, es su líder.
Me maravilla que las cloacas del Estado apesten solo hasta que aparecen conversaciones que desvelan que la fiscalía podría haber ayudado a la formación morada a presentar una causa en contra, incluso, de la opinión de los abogados de la propia formación, que no creían que aquello pudiera siquiera colar. O que los escraches solo sean jarabe democrático cuando se los hacen a otros. Es decir, lejos de Galapagar, que allí es acoso.
Me alucina ver defender la idea, con el ceño fruncido, de que cualquiera con proyección pública debe acostumbrarse a la crítica y “naturalizar el insulto” -como si “insulto” y “crítica” fueran sinónimos-, al mismo personaje que denunció a un juez retirado por publicar un poemita sarcástico haciendo chanza con su señora -la de Iglesias, no la del juez- y su habilidad para ascender de cajera a número dos de una formación política sin solución de continuidad. El que denunció a Cayetana Álvarez de Toledo por decir que su padre había pertenecido a una banda terrorista, extremo confirmado con anterioridad por él mismo.
Me hechiza ver a Echenique, furioso e indignado, porque se ha ilustrado una columna con un dibujo de Iglesias con un móvil-revólver en la boca, incapaz de entender una metáfora visual, pidiendo que la fiscalía actúe contra eso, insinuando que es una amenaza pero sin atreverse a decirlo claramente. Como si no se hubiesen publicado viñetas parecidas de personajes públicos (sin pensar demasiado me vienen a la cabeza una de Trump decapitado, una de Aznar con orejas de Mickey en el centro de una diana o una de Rajoy con unas tijeras enormes al cuello). No recuerdo haberles leído protestar airados al respecto.
Podemos es puritita contradicción. Como una fotografía de Gregory Crewdson, que en la más absoluta calma se intuye que algo pasa: son feministas que se comportan como machistas, defensores de la libertad de expresión solo de algunos, a favor del insulto y el acoso a los demás, en contra de la casta desde la casta simulando no ser casta. Todo es tramoya e impostura, un escenario perfectamente preparado para que simule ser lo que no es.
Y aún así, aún viéndoles las bragas a contraluz a través de la falda de gasa, siguen ahí, erguidos, con su falsa humildad aburguesada. Convencidos de que nos han convencido. Como una Lady Di prenupcial a la puerta de una guardería.