Hace poco, en Twitter, una periodista denunciaba, indignada, que en una cafetería le habían servido a ella el zumo de melocotón que había pedido su novio y, a él, la cerveza que había pedido ella. “Micromachismo”, alertaba.
El otro día, una concejal de Podemos denunciaba que la temperatura en la sala durante un pleno del Ayuntamiento de Alicante, por el uso del aire acondicionado, era el estándar para un hombre de cuarenta años y 70 kilos de peso, no el adecuado para una mujer. “Micromachismo”, señalaba.
A mí, que en Haití hace unos años me recomendó mi fixer, avergonzado casi, ponerme una compresa pintada de rojo para que, al deambular por determinados barrios y en caso de que nos asaltasen, no me violasen -pensarían que estaba con la menstruación y, por lo tanto, era impura-; lo de cambiarme las bebidas con mi pareja una vez servidas me parece, como mujer, una eventualidad asumible. Ni siquiera molesta. Ni mucho menos, insultante. Una mierda de inconveniente, vamos.
Y si en una sala el aire me parece que está muy fuerte, no se me pasa por la cabeza que se deba a un machismo rampante que no desperdicia ni una sola oportunidad de hacernos la vida imposible a las mujeres. Llamadme rara, pero si tengo frío me levanto y pido que lo bajen un poquito, por favor. Y hasta ahora nunca ha fallado. Con la música muy alta también funciona. No dejéis de probarlo.
Me pregunto si no estaremos exagerando un poco con esto de los micromachismos, si no estaremos buscando motivos maliciosos -y misóginos, claro- en todo aquel avatar vital que nos incomode lo más mínimo. ¿No empezamos a parecer, en lugar de mujeres adultas, párvulas melindrosas y pazguatas, incapaces de asumir cualquier responsabilidad o iniciativa resolutiva? Estoy utilizando el plural mayestático por educación y decoro, entendedme, no es que me sienta en absoluto parte de esta psicosis paranoica por la que todo es machismo.
Pese a lo necesario de contemplar de qué manera afecta a nuestras vidas el hecho de ser mujeres para intentar paliar las diferencias y dificultades que nuestro género pudiera conllevar, creo que se nos está yendo de las manos y, en algunos casos, coquetea ya con el ridículo.
Parad, en serio, de implorar conmiseración, tutela y amparo por trivialidades. Si os ponen el zumo de vuestro novio, coged vuestra cerveza. Si tenéis frío, poneos una rebequita -una de punto, no yo-. Dejad ya de aferraros al machismo como placebo brutalista, como explicación omnipresente que justifique absolutamente todos vuestros fracasos, decepciones, contratiempos o incomodidades, absueltas al instante de toda responsabilidad. El machismo existe, sí. Pero lo estáis banalizando de tanto mentarlo en vano.
Dejad ya de hacer el macrogilipollas con los micromachismos. Qué bochorno.