Llega septiembre con sus tormentas y con la primera reunión del presidente Sánchez con Pablo Casado. Empieza el curso político, porque desde el levantamiento del estado de alarma –por lo visto- todo ha sido relajo.
Siete meses sin verse, cuatro sin hablarse. En la peor crisis sanitaria que hemos conocido, en la vuelta a las estrecheces económicas del 2008, con el país hecho unos zorros, y no ha tenido Sánchez ni una horita libre para convocar al jefe del principal partido de la oposición y pedirle ese remo sincronizado y conjunto con el que sortear el caos y al que Casado no hubiera podido decir que no.
Como paso previo, nos encontrábamos la semana pasada con el inicio de curso informal del presidente, pura escenografía para presionar al jefe de la oposición para que apruebe sus presupuestos a ciegas.
Ni en Quintanilla de Onésimo jugando al dominó, ni con los mineros abonados de Rodiezmo, sino en la Casa de América –antes Palacio de Linares- y rodeado de lo más granado del IBEX 35 y de un Pablo Iglesias tal que el fantasma inquilino del palacio. Faltó la economía real –PYMES y autónomos- para que esa presión fuese efectiva. Toda una declaración de intenciones.
En cualquier caso, Casado ayer dijo no y tuvo hora y media para explicarse, no ante el PSOE que venía con la respuesta puesta, y mucho menos ante Pablo Iglesias que contraprogramó la comparecencia del popular con una entrevista/masaje en La Sexta en la que no hizo sino darle la razón en su negativa. Quizás por parte del vicepresidente se trataba de eso.
Necesitamos aprobar unos presupuestos y las reglas de juego han cambiado. El bipartidismo empezó a morir en 2014 y ahora ya no basta pagar el diezmo catalán o vasco para tener una legislatura tranquila. Así que el PSOE se enfrenta a la diabólica ecuación de intentar pactar con todos –y engañarles- y no contentar a nadie.
Obviamente un sí del PP–aunque fuese condicionado, que tiempo habría para retractarse- hubiese facilitado mucho las cosas a Sánchez quien, por más que pretenda, sabe que tiene en el consejo de ministros a su peor enemigo.
Podemos es un partido que está imputado por financiación ilegal e Iglesias ha situado voluntariamente a su formación entre los partidos antisistema al reclamar un referéndum sobre la Monarquía y apoyar la autodeterminación de Cataluña o el País Vasco. Ningún mandatario de los que se pasean por las cumbres europeas los querría de socios, mucho menos condicionar los presupuestos de la pandemia a que participasen en su elaboración y en la ejecución de los mismos. No creo que sea tan de difícil de entender.
Para la ministra Montero, sin embargo el partido antisistema es el PP. No ha caído en la trampa socialista de la aquiescencia a ciegas y lo manda castigado “fuera de la escena política” (sic).
De nada ha servido la voluntad de llegar a acuerdos de Casado ni aquellos a los que ha llegado con Sánchez. “El PP no aporta nada” –ha dicho Montero con desprecio- más vale que Casado dé por muerta la Agencia Nacional para la Recuperación económica y cualquier otra cosa más a la que Sánchez le haya dicho sí.
Tampoco ha gustado la negativa de Casado a participar en la renovación de los órganos para los que se precisa de sus votos. Y ahí está la clave, en la necesidad, porque los manejos en la CNMC, en el CNI, en RTVEspantosa o cuando nombraron Fiscal General del Estado a una ministra de carnet, lo hicieron solos.
"¡Se enfrenta a la Constitución española!” –añade Montero- y no se refiere a Podemos, ni cualquiera de sus socios separatistas, sino sorprendentemente al PP.
Se ha iniciado el curso político, hay que aprobar los presupuestos más importantes en décadas y para el Gobierno que tiene que convencer para que se los aprueben, no cabe otra estrategia que las horcas caudinas o el engaño.