Hay quien se casa consigo mismo. Soligamia, le llaman. Típico tema de chat de whatsapp con foto incluida para echarse unas risas. Las de la fotografía son mujeres pero podrían ser hombres. Qué ridiculez, esto se nos va de las manos. La decadencia de Occidente y la de Oriente, que en Japón alquilan abuelos para fiestas familiares y les parece normal. Surge la pregunta ¿narcisismo o celebración de la autoestima? Y a otra cosa.
Hasta que en una universidad americana se preguntan –y se responden- sobre el tema y deciden, que no sólo es bueno casarse con uno mismo sino que hacerlo con otro es un acto de egoísmo, y que si ese otro es del sexo contrario y la otra parte es una mujer, estaríamos ante una perpetuación consciente del heteropatriarcado criminal y que por tanto, la soligamia no sólo no es risible sino conveniente.
Y luego, con esa compulsión tontuna que nos hace adoptar todo lo que sale de las aulas de esas universidades pero negando cualquier relación con ellas, surge la cuestión primero en una ONG, asociación, chiringuito o lo que sea y pasa luego a la política adelantando por la izquierda. Para entonces las risas ya no son tales, los ofendiditos se multiplican y las sanciones no tardan en llegar.
O pongamos que la cosa viene de un organismo internacional –la ONU, por ejemplo- o que se consagra en una cumbre también internacional a la que se adhieren todos los países que no quieren pasar por mindundis y nos llega vía softlaw a nuestro ordenamiento jurídico para quedarse.
Hay cuestiones que aún suscitan alguna duda sobre su ridiculez o su gravedad, pero no por nuestros méritos como sociedad madura y reflexiva, sino por falta de tiempo. Las que llegaron hace décadas, ya han sido asimiladas a nuestro pensamiento y a nuestro lenguaje porque, como se empeña en recordarnos la progresía -y quien no se tiene por tal- hay debates que ya están superados y que en ningún caso deben volverse abrir.
Pero hay una trampa incluso peor en la que caen quienes no se han resignado a que la izquierda marque el paso y pretenden dar la batalla cultural. Al ser preguntada Cayetana Álvarez de Toledo en la COPE, sobre esa batalla y los temas que tienen que vercon la defensa de la vida –aborto, eutanasia- manifestó que se trataba de cuestiones, en todo caso, de conciencia.
Probablemente porque no se siente cómoda con esos temas, prefirió no incluirlos entre aquellos que merecen esa batalla para establecer un marco conceptual distinto al que viene marcando la izquierda y en el que la derecha (centro derecha o llámenle como quieran) hace tiempo que ha dejado de tener voz.
No sólo es ella quien piensa así. Se trata de una creencia propia de todo aquel que se sitúa a sí mismo en el centro o se llama liberal. A la manera de Marie Kondo, del mismo modo que hay un cajón para los temas que son intocables por superados, lo hay para los que se circunscriben al ámbito moral y por tanto, tampoco se discuten. Poca libertad veo en eso.
Hace cuatro años, al ala más joven del partido liberal sueco le dio por defender la legalización del incesto entre mayores de 15 años y la necrofilia, previo consentimiento de la persona antes de fallecer. «Entiendo que la necrofilia y el incesto puedan ser consideradas como inusuales y repugnantes – decía la líder de la formación juvenil- pero la legislación no puede basarse en que sean repugnantes».
En sentido estricto tenía razón. Si la única brújula moral es el consentimiento -cuestión, por cierto, no aplicable al aborto ya que al bebé por nacer no se le pregunta- ¿cuál es límite? Aparentemente, ninguno.
Hoy se inicia en el Congreso el debate de la Ley de eutanasia. Habrá que votar y habrá quien lo haga creyendo que se trata de un tema de conciencia individual.