Cuando volví a Madrid, los chopos del Calero ya se deshacían en hojas secas sobre la deslucida hierba del parque. Caían también, a hierro, las persianas de los negocios de la Avenida Donostiarra. Bares, mercerías, tiendas de arreglos. Primero fue la tetería árabe. La regentaba un sirio encantador, que encajaba mi Spanishplaining con una sonrisa: “Cerveza, amigo, si quiere sobrevivir en Madrid tiene que instalar un grifo de cerveza”. Pero de nada sirvió que el hombre se resignara a despachar alcohol.
Las señales de la crisis son tan reconocibles como las del otoño. Los chavales beben litros en la calle y trapichean con los porros que no se fuman. Algunos no son tan jóvenes: el ejército industrial de reserva de una generación diezmada en 2008. Todo vuelve a repetirse, pero esta vez el Oi! y el punk se han rendido al autotune. Triunfa el trap: nadie quiere ser pobre. Todo vuelve a repetirse, pero esta vez mis hermanos están a salvo. Muchos de sus amigos se quedaron en los bancos de una plaza de Moratalaz.
Las drogas y el dinero fácil sonaban mejor que el instituto. Los años de bonanza habían procurado ciertas comodidades a las familias, pero nadie preparó a sus retoños para valerse en el mundo posterior a la burbuja inmobiliaria. Celebramos el fin de la Gran Recesión brindando con Aperol spritz y ginebra rosa, extendiendo el olvido sobre los hijos de los trabajadores y las nuevas clases medias que quedaron atrás.
Ahora, caen de nuevo las hojas de los chopos en el Calero, y las persianas de los negocios, a hierro, en Vinateros. En el metro, chicas de 15 años escupen a una pareja de inmigrantes: “Putos panchitos”, mientras la izquierda del virtue signalling sentencia el sumarísimo juicio con una condena moral: son malas. Hay pecados para los que no cabe la redención, ni siquiera cuando el pecador es un niño. La ropa, los pendientes, la forma de hablar: no parecen de El Viso. Pero la izquierda de hoy es rabiosamente antimarxista y píamente monacal.
No hay segundas oportunidades porque, sencillamente, no hay oportunidades. Que el “ser social” ya no importa lo supimos cuando Carmena se convirtió en un icono pop de Malasaña, mientras fuera de la M-30 veíamos subir la pleamar del nihilismo. Ya no suenan Decibelios, YouTube es de C-Tangana, pero la noche es tan larga como lo era hace una década. Litros y porros. Litros y porros hasta que sea mañana. Entregada a la horticultura de alcorque, la izquierda ha preferido cancelar los barrios feos. Y las cosas se han puesto feas en los barrios feos.