Lo más sorprendente de estas elecciones en Estados Unidos ha sido descubrir la gran cantidad de expertos en elecciones en Estados Unidos que hay en España. Ayer dabas una patada al suelo, al dial, al mando a distancia o al teclado y salían especialistas a porrillo.
No deja de asombrarme lo poco que, en general, se sabe de Albacete, y qué cosas ha aprendido el personal de Wisconsin. Y con qué soltura y aplomo las cuenta.
Ahora que Biden parece abrirse paso hacia la Casa Blanca, creo que se puede decir, sin ofender a nadie, que lo segundo más llamativo de las presidenciales americanas ha sido comprobar lo descompensada que está la prensa.
Resulta aparentemente paradójico que habiendo tanto votante de Trump haya tan pocos informadores dispuestos a defenderle. Aquí y al otro lado del charco, sus partidarios se podían señalar con los dedos de la mano. Los simpatizantes de Biden, en cambio, se arracimaban en los platós para interpretar lo más parecido a una salmodia.
¿A qué se debe tal desigualdad? ¿Cómo se explica que en unas elecciones donde la diferencia entre los candidatos va a ser al final de en torno al 2% tras haber votado más de 160 millones de ciudadanos, y cuando Trump ha ganado en veinticinco de los cincuenta Estados, lo que refleja un país partido por el medio, cómo se explica, digo, que en las redacciones haya una aplastante mayoría que se decanta por el candidato del Partido Demócrata?
El problema plantea un dilema que se puede formular de varios modos. ¿Es legítimo dejar sin altavoz a millones y millones de ciudadanos que prefieren a Trump? ¿Convendría establecer cuotas en los medios de comunicación para evitar desequilibrios manifiestos en la opinión pública? En definitiva, ¿deben los periodistas encarnar la voz del pueblo? ¿Habrán de aceptar hoy que medio Estados Unidos les diga que no les representan?
Cuidado con la respuesta, porque de la misma forma que han brotado como setas los expertos en elecciones en Estados Unidos, están de moda los paladines de la gente, aquellos para los que el pueblo es soberano, incluso para saltarse las leyes o nombrar a través de sus representantes a los miembros del Poder Judicial.
En cualquier caso, siempre nos quedará Mark Kellogg, el reportero ejemplar que quiso acompañar en la batalla al general Custer y que perdió con él la cabellera en la hoy trumpista Montana. En señal de respeto, los guías indios del Séptimo de Caballería le llamaban "Hombre que hace hablar al papel". Pero hoy mola mazo Wisconsin.