Digámoslo sin paños calientes, sin prosa alambicada, sin tiritas pre-rasguñito, sin un mísero “pese a ser de izquierdas creo” que legitime moralmente ante la audiencia lo que sigue. A porta gayola: pactar con Bildu será legal pero no es decente.
Me admira, eso sí, el funambulismo dialéctico que estoy viendo estos días para justificar la tropelía. Los mismos que promueven y aplauden cordones sanitarios a otras formaciones políticas, aducen ahora la representación parlamentaria de Bildu para defender la legitimidad de aceptar su apoyo a los Presupuestos. Que para Sánchez no es igual de respetable la opinión de cuatro millones de españoles que piensan diferente a él que la de trescientos mil que podrían darle la razón un rato.
Los mismos que hablan de la herencia ideológica de Franco para denostar a otros partidos son los que protestan si se alega la ausencia de una condena explícita a la violencia terrorista, porque ETA ya no mata. Como si la inactividad asesina actual borrase de un plumazo los cadáveres pasados y el dictador se pasease arriba y abajo por Gran Vía con vital swing de caderas. Mirar al pasado, a veces sí y a veces no. Bien o mal, depende.
A los que sacan a pasear la falacia de las fosas más numerosas tras Camboya sin sonrojo, los de la división de los españoles en buenos y malos sin matices, les parece un desafuero que se recuerde a las víctimas del tiro en la nuca, a los muertos por sus ideas, por sus uniformes o por un desafortunadísimo pasar por allí en mal momento. Aquello para ellos era un conflicto y no terrorismo. Pese a que unos fuesen los que morían a manos de los otros. Y oye, que ya han parado.
La línea roja infranqueable de Carmen Calvo -y del PSOE, claro- ni era tan roja ni tan infranqueable. Como todas las palabras de Sánchez, que no es leal ni a sí mismo, se las llevó el viento. Pero ahí está su cáfila de incondicionales, como críos con TDAH en un chiquipark, jaleando cada ocurrencia como la mejor y gritando “disidente”, “fascista” y “machista”, venga a cuento o no. Defendiendo hasta lo indefendible. Porque la vida progre es la vida mejor. Incluso si es peor.
Cuando no hay más fin que mantenerse en el poder a toda costa, cuando ya no hay principios ni queda identidad, uno se dibuja a partir de la idea que tiene del adversario. Y se corre el riesgo de, a fuerza de actuar a la contra, confundir con aliado a cualquiera que vea también en ese contrario a un enemigo a batir. Se alimenta al cocodrilo por la salvación cuando en realidad a lo máximo que se puede aspirar es a ser devorado el último.
Por lo demás, todo bien.