A principios del siglo XIII, tan sólo tres, de los monarcas que encabezaban los “Cinco Reinos” cristianos peninsulares, estaban presentes en las Navas de Tolosa (1212), enfrentándose al ejército almohade de Muhámmad al-Násir (el “Miramamolín” de las crónicas castellanas): Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra. Ni el rey de Portugal ni el de León, en fin, participaban en esa decisiva batalla (aunque sí había huestes leonesas y portuguesas).
Se dice del rey leonés Alfonso IX que, en el momento en el que los cristianos salen victoriosos de las Navas, se encontraba de recreo, cazando por la comarca leonesa de Babia. De ahí procede, según muchos, la expresión “estar en Babia”: babia, babieca, bobo son, por lo visto, palabras de la misma familia semántica.
En la actualidad, ochocientos años después, España ha llegado a consolidarse, tras muchas vicisitudes históricas, como democracia homologada, en el seno de la UE (y de otras organizaciones internacionales), aunque lo hace con unos problemas estructurales, en ese ámbito, que vuelven problemática su supervivencia, toda vez que existen facciones o grupos en divergencia o desistimiento con la suficiente potencia, por el respaldo social que reciben, como para producir una fractura distáxica que pone a España en el disparadero de su disolución como Nación política (por lo menos tal y como la conocemos hasta ahora).
Una sociedad española que convive, y esta creemos es una de las claves del problema, con tal autodesprecio, inducido por la llamada leyenda negra, propagada en buena parte de su cuerpo social e institucional, que hace que su consistencia como sociedad política esté ahora mismo en cuestión, en riesgo cierto de fragmentación.
En pocos países, quizás en ninguno, ni siquiera en los EEUU, el autodesprecio es tan penetrante, profundo y duradero como lo es en la sociedad española, en la que apenas existe institución, desde la propia escuela hasta los parlamentos reunidos en asamblea, en la que no se dé cuenta, con distorsión y tendenciosidad, de la negra identidad que España representa en relación a su historia, saliendo además siempre muy mal parada al contrastarla con otras sociedades del entorno de historia similar (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia).
La España actual es una sociedad demográficamente envejecida, endeudada hasta las cejas, con una industria precaria, muy dependiente del exterior energética y militarmente, con uno de sus pilares, el sector turístico, fuertemente golpeado por la pandemia coronavírica, y con serias amenazas procedentes fundamentalmente del secesionismo interior y del yihadismo exterior, y que tienen en ese autodesprecio generalizado un aliado (troyano) fundamental. Tanto que España es capaz de financiar a grupos (como son los partidos políticos separatistas) que buscan su ruina como sociedad antes de promover otras iniciativas (sociales, culturales, pero también políticas) que, de algún modo, contribuyan a mantener su unidad y su identidad ante tales amenazas ciertas, manifiestas, beligerantes, explícitas.
Ocurre, así, que apenas hay respuesta política a esos grandes problemas, y la cuestión es que la sociedad española sigue en Babia en referencia a dichos problemas, bloqueada o distraída bien por los formalismos fundamentalistas de la “democracia real”, bien por los sustancialismos identitarios de la “pluralidad nacional” o bien por los sectarismos del izquierdismo y el derechismo que dividen profundamente a la sociedad española.
La conciencia nacional española está pues, en este contexto, completamente ajada y maltrecha, agujereada como un queso de Gruyère, por toda clase de bacterias ideológicas que la deforman hasta conducirla a esas tierras de Babia que sirven de distracción y recreo.
Pues bien, María Elvira Roca Barea, junto a la productora López-Li Films, dirigida por José Luis López-Linares, han realizado un documental, titulado España, la primera globalización, que quiere, precisamente, en la línea de la poderosa -y exitosa- obra de la propia Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda Negra (ed. Siruela, 2016), combatir, por falsa, esa deformación que el prisma negrolegendario produce sobre la identidad histórica de España, y no para volverla color de rosa, desde luego, sino para colocarla en sus justos quicios históricos.
Se trata pues, de que esa mala opinión tan generalizada (“fama oscura”, ya la llamaba Juan Rufo en el siglo XVI), que contribuye tan gratuitamente a nuestro autodesprecio, y de consecuencias políticas tan devastadoras, tenga, por lo menos, una respuesta con la verdad histórica en la mano. La Historia, la de los archivos y documentos, la que acude a las fuentes (a la arqueología, a la paleografía, a la filología, etc.), significa un rotundo mentís contra esa leyenda, siendo así que son estas razones, las de la Historia, las que este documental trata de ofrecer a los españoles sine ira et studio, y que ahora, dado que su financiación se ha quedado a medias, requiere de los particulares -mediante una colecta- para salir adelante.
Y es que esta es la realidad de una España que continúa en Babia, dicho con toda crudeza: hay dinero para financiar actividades que buscan la división y discordia entre españoles, por ejemplo, sentando en los parlamentos a la sedición separatista (creyendo ilusamente que encontrarán acomodo, cuando ya han manifestado que quieren reventar la unidad desde dentro), pero no para aquellas actividades que contribuyen a su cohesión y concordia, enseguida vistas con desconfianza y suspicacia, siempre sospechosas de caer en un casticismo (“españolista”), al parecer endémico, cutre y casposo.