El 10 de junio, Pedro Sánchez subió a la tribuna del Congreso y declaró triunfante: "Hemos vencido al virus". Desde entonces, han muerto oficialmente en España más de veinte mil personas. Sin embargo, el Gobierno fue consciente muy pronto de que la gestión importa poco mientras la propaganda no cese y los medios estén suficientemente apesebrados.
Toda la fuerza del marketing empleado ayer para desvincular al Gobierno del desastre se concentra hoy en situarlo como artífice de la solución. Cuando vimos las cajas de la vacuna forradas con el logo del Gobierno, muchos sospechamos que no era protocolo, sino propaganda.
Y así lo confirmó un tuit de la diputada Pilar Cancela donde esta afirmaba que los españoles podrían vacunarse "gracias al buen hacer de Pedro Sánchez". Un Gobierno que no ha asumido ninguna responsabilidad ni ha ofrecido ninguna explicación sobre el hecho de que su país sea el cuarto de la OCDE en número de fallecidos por habitante (y el líder en desplome económico) no ha dudado en colgarse la medalla de la vacuna.
Evidentemente, no ha sido Sánchez quien ha dado con la vacuna en tiempo récord, sino un equipo de personas que encarna una ética profesional opuesta. Tan emocionante ha sido ver en acción ese potencial como desolador comprobar que ni siquiera una amenaza global logra hermanarnos por encima de sectarismos nacionales o partidistas.
Por desgracia, 2020 ha sido para los españoles mucho más que el año de la peste. 2020 ha certificado la impunidad de la mentira política y la docilidad de una esfera pública capaz de pasar del negacionismo a la apología en función de los dictados del Gobierno.
Sobran los ejemplos. El uso y el IVA de las mascarillas, la farsa del comité de expertos, el pacto del insomnio, la despolitización de la justicia, las cesiones al nacionalismo, los acuerdos con EH Bildu, los indultos y la modificación del código penal à la carte e incluso el talento de James Rhodes.
Sí, hay quien comenzó a apreciarlo en el momento en que le vio tocar para Pedro Sánchez.
En paralelo, Podemos persiste, ante la indiferencia del PSOE, en su afán de hacer añicos los consensos del 78 y reorganizar España según la línea divisoria del 18 de julio. Huelga decir que las revelaciones sobre los contubernios del emérito no ayudan a quienes defienden el pacto transicional.
Pero la sombra pálida de Juan Carlos I no debe hacer olvidar que él hizo la Transición, pero no la encarna. Y por eso urge que el constitucionalismo aprenda a desvincular su contribución histórica de sus desmanes personales.
Tras un 2020 funesto, nuestros propósitos personales de año nuevo serán más modestos. Pero como ciudadanos, 2021 nos exigirá el máximo. Y desde esta columna intentaremos darlo.
Amigos lectores, muchas gracias y feliz 2021.