En algún momento, dentro de unos años, se estudiará cómo fue posible que las generaciones mejor preparadas de la historia se tragaran las trolas más gordas. Hay más terraplanistas ahora que en la Edad Media y más antivacunas que cuando sólo estudiaban los privilegiados y ser analfabeto era lo normal.
Por una simple cuestión de edad he tenido ocasión de conocer a bastantes analfabetos. Los jóvenes, los que dicen que no han votado la Constitución y que por tanto no sienten ningún apego hacia ella, creen que siempre hubo Erasmus y colegios mixtos.
Decía que he conocido a bastantes analfabetos, la mayoría más listos que yo. No sabían leer ni escribir, pero no se les engañaba fácilmente. Te calaban a la primera. Hoy se reirían de muchas cosas.
Cada vez que oigo la publicidad de esas clínicas en las que el sujeto entra por una puerta con disfunción eréctil y sale convertido poco menos que en Nacho Vidal... El mundo se ha vuelto un gran parque temático de cartón piedra donde se promete la felicidad a todo dios.
Hasta las calamidades se presentan como una oportunidad, edulcoradas con eslóganes de psicología motivacional o frasecitas sacadas de libros de autoayuda. No hay tiempo para el duelo. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Todo se puede superar. Sólo necesitas un buen coach.
Se ha perdido realismo en detrimento de lo virtual. Vienen generaciones de grandes crédulos, personas que no tienen los pies en el suelo. Ese ambiente es terreno abonado para políticos sin escrúpulos.
Decía Biden ayer en su discurso como nuevo presidente de Estados Unidos que los últimos meses nos han dejado una lección dolorosa: "Hay verdad y hay mentiras, mentiras dichas por el poder". No hace falta irse a América para comprobarlo.
La entrevista del domingo a Pablo Iglesias en La Sexta es un ejemplo. Lo de comparar a Puigdemont con los exiliados del franquismo sólo es una infamia. Lo realmente tremebundo es su testimonio de que en España no gobiernan las autoridades, los representantes elegidos por los ciudadanos, sino los poderosos. Lo dice el vicepresidente del Gobierno comprometiendo su palabra -"es la puñetera verdad"-, aunque sin aportar un solo nombre.
Esta tesis entraña una lógica perversa. Cuando Iglesias estaba en la oposición pedía el voto para cambiar las cosas desde arriba. Ahora que está en lo más alto viene a decirnos que poco puede hacerse... a menos -se desprende naturalmente de su argumento- que se le dote de una autoridad extraordinaria para derrotar a esos malvados ocultos que son la causa del sufrimiento de la gente. Et voilà: la dictature.