Sueño con la vacuna. Sueño tanto, que he vuelto a la infancia. Estábamos todas las chicas en fila india y el practicante nos hizo levantar la falda y mostrarle la nalga. Miré hacia otro lado imaginando que no estaba allí, ni el practicante era practicante, ni yo me había levantado la falda. A partir de aquel día me acostumbré a contornear el cuerpo tratando de ver la huella que había dejado la vacuna en mi nalga.
Era una huella del tamaño de una moneda. Una huella que parecía la superficie de una piedra pulida. Hasta entonces, había tenido miedo de las inyecciones y lloraba cada vez que me pinchaban. Un día les oí comentar a mis padres que los labios se me ponían morados de puro nerviosismo. Sería verdad, porque un día me miré al espejo y no me reconocí.
En verano, las mujeres llevaban batas de percal con los brazos al aire mostrando la vacuna de la viruela. Eso, las mujeres. Las niñas la llevábamos en la nalga y con el tiempo desapareció. La vacuna, la moneda y la viruela.
Las pandemias tienen sus épocas. Desde que vino de Wuhan, esta maldita pandemia la hemos contado por olas, que empiezan, y terminan, y luego vuelven a empezar, y después a terminar. Ahora es tiempo de vacunas. De la misma forma que hay olas y olas, variantes y variantes del virus, también hay vacunas y vacunas. Nos dijeron que llegarían a la vuelta del verano, pero no llegaron hasta el 26 de diciembre.
Desde noviembre, Economía (el bolsillo) y Sanidad (la salud) luchaban por imponerse. "¡Salvar la Navidad!" gritaban los hosteleros, los turroneros y los Reyes Magos. La Navidad se salvó al precio de unos miles de muertos. Ahora dicen "¡Salvemos Semana Santa!". Y, por supuesto, lograremos salvarla, pero quienes figuramos en la franja de riesgo seguimos sin vacunarnos.
En Israel nos sacan ventaja y en Reino Unido, ni les cuento. Aquí nos distraemos señalando a los que se saltan la cola y se vacunan de tapadillo, como políticos, obispos y militares de graduación.
Ahora he leído que en Madrid y Valencia se procederá a una vacunación masiva en estadios y catedrales. Yo, por si acaso, me ofrezco voluntaria para levantarme la falda.
¿Quién va primero?