A pocos días de que la cuarta ola nos golpee con fuerza, se multiplican las restricciones en algunas comunidades y el número de zonas sanitarias confinadas. Pero suben aún más la incidencia del virus y la ocupación en las UCI. Aumentan, también de forma drástica, el cansancio y el enfado de gran parte de la ciudadanía.
Y con toda razón, porque la batalla a la que nos somete el coronavirus sólo la pueden ganar las vacunas. E, increíblemente, gracias al esfuerzo y a la destreza de la comunidad científica, las tenemos desde hace meses. Esa era la parte más compleja al respecto de cómo frenar la pandemia. Conseguir en poco tiempo unas vacunas fiables.
Sin embargo, fallamos en lo más sencillo, en administrarlas. Resulta asombroso que, meses después del 27 de diciembre, día 1 de la vacunación en España, aún quede un mundo por vacunar. Un mundo que, en nuestro caso, se cuantifica, explícitamente, en un porcentaje que asusta, alrededor del 90% de la población.
Por eso no extraña en absoluto que la Organización Mundial de la Salud advierta de que la vacunación en Europa es “inaceptablemente lenta”. Este flojísimo ritmo de vacunación resulta inadmisible porque no tiene que ver con el talento o la habilidad sino, exclusivamente, con la gestión o, más bien, con la nefasta gestión que se está realizando.
Resulta deplorable, y también cierto, que la Unión Europea haya incumplido todos y cada uno de los objetivos relativos a la vacunación que se había fijado para el primer trimestre del año. Así que, cuando en algunos cuadros comparativos con el resto del continente España aparece por encima de la media, eso tampoco supone un gran motivo de satisfacción. No, no es para tanto.
Carolina Darias, la ministra de Sanidad, asegura que está “al alcance de la mano” lograr que un 70% de la población española se haya vacunado en verano.
Pero Álvaro Díez González-Pardo, el físico español que inventó la calculadora que permite saber cuándo te vas a vacunar, asegura que eso es “casi imposible”. Y, si alguien tiene criterio a este respecto, es él.
Inmunizar cuanto antes a toda la población de riesgo, sobre todo ante el avance de la cepa británica, es la gran prioridad. La vacuna constituye un derecho y una obligación simultáneos con el objetivo del bien común.
Su correcta y rápida administración forma parte de esa prioridad. Sólo así cobra sentido la gestión de la lucha contra la pandemia. Ojalá, en cualquier caso, prevalezca el vaticinio de la ministra sobre el del científico santanderino, aunque eso parezca tan poco probable ahora mismo.
Estados Unidos, una vez superado Donald Trump, está frenando la epidemia mucho más eficientemente que Europa. Pero es que en ese país vacunan hasta en supermercados.
Los estadounidenses, en esta nueva etapa que lidera Joe Biden, asumen que es esencial inmunizar a todo el mundo cuanto antes. No se trata de un privilegio, es una necesidad. Esa, tan simple, es la realidad. Lo que le sigue es sólo gestión. Y ahí es donde Europa fracasa.