La historia de Serigne Mbaye es la de un pescador de Dakar que en 2006 se subió a una patera con un centenar de personas para poner rumbo a Europa. En España, sin papeles, comenzó a trabajar en el top manta. Después se empleó en el cuidado de personas mayores, en la construcción y en el campo. Cuando obtuvo los papeles, cuatro años más tarde, consiguió un trabajo como auxiliar administrativo. Hoy es socio de un restaurante en Madrid. Tiene la nacionalidad española desde 2018.
Serigne Mbaye se dio a conocer por ser el portavoz del sindicato de manteros que protagonizó unas protestas en Lavapiés tras la muerte de un compañero que huía de la policía, a causa de un infarto.
En los últimos días, además, Mbaye ha anunciado que concurrirá como candidato independiente a las elecciones madrileñas en las listas de Podemos. Y han sido polémicas unas declaraciones suyas. “Madrid es muy racista” ha dicho Mbaye, que quiere ser diputado autonómico para trabajar contra la exclusión social y la pobreza que padece el colectivo de inmigrantes en la comunidad.
Las palabras de Mbaye han causado indignación. A Mbaye le enmiendan la afirmación, ¡cómo va a ser racista Madrid!, y le presumen ingratitud. Al fin y al cabo, no era nadie, un senegalés que dejó todo atrás y surcó el mar para encontrar en nuestro país las oportunidades que le negó la tierra que lo vio nacer.
¿Es Madrid racista? Para responder a la pregunta hace falta convenir una premisa. Madrid no es una señora. Madrid no es un sujeto unívoco, sino un conjunto amplio de ciudadanos con valores y actitudes diversos.
Si a mí me preguntaran si creo que Madrid es una ciudad racista, diría que no. También es verdad que nunca en mi vida he sido objeto de comentarios xenófobos o de discriminación racial. El color de mi piel sólo me da problemas en verano, cuando me quemo sin solución.
Nuestro conocimiento del mundo está irremediablemente mediado por nuestra propia experiencia. Así que mi experiencia personal me sugiere que en Madrid no existe el racismo. La experiencia de Mbaye es otra. Él es un negro que llegó a España sin nada. Un negro, pobre y sin papeles que tuvo que ganarse la vida en los márgenes del mercado laboral.
Cuando yo entro en una tienda, nadie piensa que estoy robando. Cuando viajo en transporte público, la policía no me pide los papeles. Quien se cruza conmigo por la noche no se cambia de acera. La experiencia personal de Mbaye está tan sesgada como la mía, pero en un sentido opuesto.
Mi experiencia es la de una persona para la que el color de su piel es socialmente inocuo. La suya, la de alguien que sabe que ser negro y pobre no es un buen punto de partida en la vida.
No podemos tratar de establecer verdades a partir de una encuesta propia compuesta por una muestra con un solo caso, el nuestro. ¿Madrid es muy racista? Los datos externos a nosotros sugieren que no. España es, según los ranking internacionales, un Estado que trata razonablemente bien a los extranjeros.
Y, dentro de nuestro país, Madrid es la ciudad que más y mejores oportunidades puede ofrecer a los inmigrantes. Pero eso no significa que no exista el racismo.
Los datos nos ayudan a tener un conocimiento del mundo más preciso, pero no son un consuelo para quienes, por sus características personales (el color de su piel, su origen socioeconómico, su fe o su orientación sexual) tienden a padecer más la exclusión social. Y no pueden ser una excusa para despreciar la experiencia personal de personas como Mbaye.
Hay quien dice que la candidatura electoral de Mbaye desmiente sus palabras. ¿Cómo va a ser racista la región que permite que un inmigrante que llegó en patera ascienda a diputado? Encontramos argumentos para felicitarnos como país, pero en el que asoma también la tentación xenófoba de deslegitimar el discurso de alguien a quien parece que se lo hayan regalado todo.
Y a Mbaye no le han regalado nada. Su caso es una historia de éxito, pero también una anomalía estadística en una nación cuya movilidad social es baja. ¿Cuántos de quienes así hablan contra Mbaye cambiarían con él su vida? Aventuro que muy pocos, y, con todo, algunos lo retratan como un privilegiado que, gracias al Estado de derecho español, pudo remontar sus desventajas de partida y hoy aspira a ser diputado. Como si estuviera aquí de prestado. Como si no pudiera rechistar, habida cuenta de dónde está y de dónde viene.
España en un país donde el asociacionismo es bajo y las personas se involucran poco políticamente en comparación con Europa. Y esa participación en el sistema disminuye conforme lo hace también la renta.
Los pobres son quienes menos participan políticamente, de modo que concitan una menor atención de los partidos y no cuentan con portavoces entre las formaciones políticas. Mbaye es una feliz excepción. Promovió el asociacionismo de un sector de la sociedad muy vulnerable y ahora quiere ser su representante en un parlamento autonómico.
Es algo digno de celebrarse. Sin embargo, cuando Mbaye anunció su candidatura, Vox, tercer partido del Congreso, puso un tuit afirmando que ellos lo deportarían. No se me ocurre causa menos ennoblecedora que la de los de arriba del todo buscando fortuna electoral a costa de los de abajo del todo.
No lo deportarán, precisamente porque este es un Estado de derecho y Mbaye es un ciudadano español, pero el tuit da cuenta de que el racismo está más presente en nuestras instituciones de lo que algunos están dispuestos a admitir.
No han entendido que la caridad cristiana que exhiben ha de ser una vocación universal y que la piedad se practica, sobre todo, con el débil. Y, ya, ya sé que el candidato de Vox en Cataluña es negro, y también odontólogo, casi como el Sídney Poitier médico de Adivina quién viene esta noche. No vamos a descubrir ahora que el racismo es casi siempre una forma de aporofobia.
El 4 de mayo no votaré al partido de Serigne Mbaye, pero celebro que quien se jugó la vida en el mar para dejar atrás la miseria haya hecho de mi país el suyo y hoy sea un ciudadano de pleno derecho, también para representar a otros en un parlamento.
No se me escapa que, por cada inmigrante que prospera, hay cientos que no consiguen remontar la pobreza, pero quizá Mbaye sepa darles voz y esperanza en la Asamblea de Madrid. Si el patriotismo es un sentimiento de orgullo por la nación propia, nada nos puede honrar más como españoles que sabernos de una nación hospitalaria.