Ya no se puede hacer el amor en El Retiro. Es de "fascistas". Lo discurre una señora que toma café con la vista puesta en el parque, como si divisara miles de falangistas con el yugo al aire. Y yo, pese a no tener pensado practicar el esplendor en la hierba, me largo en busca de un lugar mejor para escribir esta columna.
Encuentro hueco en una terraza. Llevo en la cartera un libro de versos. Un hombre, más sordo que una tapia, le dice a su mujer pensando que no le escucho: "¡Poesía y libreta! ¡Es rojo seguro!". Levanto el vuelo y camino, de nuevo, en busca de otro campamento.
Me doy de bruces con la placa-homenaje a Agustín de Foxá. Y me siento un poco el José Félix de su Madrid de Corte a Cheka, aquel muchacho enamorado que soñaba con mujeres y versos hasta que le pilló la guerra.
Porque a nosotros, madrileños, nos ha pillado una guerra muy cansina. Sin muertos y sin poetas. La campaña electoral. Una tragedia repetida como farsa, que decía Marx. Lo repito yo ahora, en alto, y ahí va otro señor, que me grita: "¡Comunista!".
No hay dónde meterse. Las pequeñas transgresiones, que son las grandes libertades, han adquirido rango de delito. Las palabras, los gestos, el sexo... ¡Estamos hablando hasta de razas! ¡En 2021!
Esto sólo acaba de empezar, pero se equivocan quienes razonan que el lenguaje del odio sólo corroe los parlamentos. Brotó allí, es verdad, pero está aquí entre nosotros. Así que pídanle el voto a su prima; yo me voy de paseo -ya que de hacer contracultura se trata- con el falangista Foxá y su novela. Recorro Madrid de Corte a Chueca.
¿Hay algo más libre, hoy, que leer la novela de un camisa azul... y disfrutarla? Me siento solo. ¿De verdad toda esta gente con la que me cruzo acudirá a las urnas como si la victoria del adversario fuera a suponer su fusilamiento al amanecer?
Es mejor -tiene usted razón, querido Foxá- decir las cosas con los libros, en diagonal, porque "la cultura es un refugio algo pesado, pero cómodo e impune". Yo deseo lo de su novela: asistir al bombardeo con churros y copa de anís. ¿Qué se me ha perdido el 4-M?
Fíjese: ese chaval de ahí, el de la melena, se ha descuidado un poco y a punto ha estado de chocar con el perro de la señora. Ella le ha gritado: "¡Asesino!". Seguro que lo ha hecho después de ver el telediario.
Nos están envenenando, estimado Foxá, igual que hicieron ustedes los falangistas con los españolitos de a pie hace ochenta años. Pero es una cabronada: porque lo consiguen con peor verbo y terrible simpleza.
Se lo digo a un comunista contemporáneo, a ese que acaba de salir de la pastelería vegana de ahí enfrente y que se afilió al partido que "podía" y ahora ya "no puede". Con el ceño fruncido, como si le saliera una coleta, me responde que la culpa es de la iglesia, el periodismo y la derecha.
¡Nos están envenenando!, me repito ya a orillas de la Puerta de Alcalá, a la que sólo le faltan los carteles con vivas a la URSS y los retratos serigrafiados del caudillo. Pero nadie se inquieta.
Dices bien, querido Foxá, que los españoles están dispuestos a morir por una dama o por la honra, pero jamás por la democracia: "Eso les parece tan tonto como dar la vida por el sistema métrico decimal".
Paso por la puerta del Congreso. El templo del insulto, la Meca del desacuerdo. Allí dentro he escuchado este año improperios dignos de campo de fútbol. Los "líricos del odio" les llamaba usted, estimado Foxá. En los que, me consta, incluía a muchos de los suyos.
¿Qué hacemos con los líderes del presente? Valle-Inclán, su apreciado contemporáneo, los habría pasado por esa guillotina eléctrica que soñaba implantar en la Puerta del Sol.
Esta tarde, en Sol, hay mucha gasolina. El Gobierno se encuentra en palacio. "¡Socialismo o libertad!". Y yo quiero la libertad, claro, pero la de mis subversiones, la mía propia, la que no se escribe con militancias. Cuando los dos partidos mayoritarios se exhiben como máximos y únicos defensores de la "libertad", Chueca comienza a ser "Cheka". Y Madrid, el de los años treinta.
Yo sólo quiero revoluciones en los libros, admirado Foxá. En la vida real, sólo me sumaría a la que promulgó usted, la del "café, copa y puro". Pero no parece posible. Así que, terminado este paseo, no me queda otra. No existe solución. Deme un poco de tiempo para preparar la maleta. Tiene razón: "Hagamos de España un país fascista y vayámonos a vivir al extranjero".