Está por ver hasta dónde llega la epidemia de imbecilidad que se extiende por las universidades, las empresas, la cultura, el Gobierno e incluso la CIA estadounidense en forma de ideología woke y en nombre de la diversidad y la inclusión, pero de algo podemos estar seguros y es de que Estados Unidos, que es lo mismo que decir Occidente, saldrá de ella más confuso, menos inteligente y mucho menos convencido de las bondades de la democracia liberal, el capitalismo y el Estado de derecho.
El historiador británico Niall Ferguson, uno de los pensadores conservadores más influyentes del siglo XXI, ha comparado esta epidemia de tontería con la Revolución Cultural china en un artículo en la revista Spectator y la tesis parece tan irrefutable como paradójica.
Porque Estados Unidos retoza en el autoodio generado por esa versión sietemesina del marxismo cultural que son las políticas de la identidad (con sus tabúes, sus delaciones y sus linchamientos públicos) mientras la dictadura China observa desde Pekín cómo el imperio se desmorona a ojos vista carcomido por las neuras sociopáticas de las peores de sus puritanas. La paradoja es que Estados Unidos será el primer imperio de la Historia que no caerá derrotado por sus enemigos externos sino devorado a cucharadas por los internos. China sólo tiene que sentarse a mirar.
Los europeos, aislados en nuestra burbuja de liberalismo globalista (globalismo que apenas abarca el minúsculo territorio comprendido entre el cabo Nordkinn y Sagres, a duras penas un apéndice de Eurasia, y ni siquiera el más importante de ellos), permanecemos ajenos a esa Guerra Fría que libran los Estados Unidos, China y Rusia y de la que emergerá el futuro imperio mundial que sustituya al primero de ellos. Porque incluso aunque Estados Unidos gane esa Guerra Fría lo hará convertido en algo mucho más parecido a China y a Rusia que a los actuales Estados Unidos de América.
Pero incluso desconocedores de lo que se cuece allende nuestro continente (como los insondablemente bobos pero ricos herederos de la civilización cristiana que somos), los europeos podemos atisbar cómo será el mundo de la segunda mitad del siglo XXI simplemente uniendo las piezas del puzle que poco a poco van cayendo sobre el tablero del Continente.
El mar no suele devolver el terreno ganado a la tierra firme tras una tormenta y los Estados no devolverán jamás los espacios de poder conquistados durante la pandemia. Medioambiente, digitalización o inclusión son sólo los nombres con los que llamaremos a ese Estado omnipresente que ahora no sólo nos procurará bienestar sino que también nos educará para ser mejores personas. Es decir, personas merecedoras del bienestar que nos procurará el Estado, y sólo el Estado.
Ya veremos si ideas débiles como la ecología, el feminismo, el antirracismo y otras de esas minúsculas visiones parciales y partidistas de la realidad consiguen, como pretenden nuestras elites, cohesionar las sociedades occidentales como lo hicieron ideas fuertes como la nación, la religión y el comercio durante los siglos anteriores. Yo diría que no y que la única duda es si el colapso histórico de la democracia liberal lo verán nuestros hijos o nuestros nietos, pero no les niego el morbo de ver caer, por fin, a Roma frente a los bárbaros de turno.
Cita Niall Ferguson en su artículo a John Kenneth Galbraith en su libro The New Industrial State (El nuevo Estado industrial) cuando dice que la economía planificada está sustituyendo poco a poco al mercado en los Estados Unidos, a imagen y semejanza de la Unión Soviética, por las necesidades de la producción masiva a gran escala. Galbraith escribió su libro en 1967, pero su tesis vale todavía hoy.
Un solo ejemplo. Dice Christine Lagarde que el euro digital, previsto para 2025, nunca sustituirá al dinero en efectivo. Pueden apostar a que en 2030 ya no existirá el papel moneda y que el fraude habrá desaparecido ya que el salario de los europeos será cobrado directamente por lo que quede de los Estados nación y reingresado en las cuentas de los ciudadanos una vez detraídos los impuestos correspondientes.
Estamos viviendo los últimos estertores del individuo tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Lo que asoma por el horizonte no es una democracia ni una dictadura, sino algo completamente diferente. Es un Estado panóptico comunal. Un Estado en el que el que llamará a tu puerta a las 7:00 de la mañana será efectivamente el lechero, pero para hacerte entrega de tu cuota de leche ecológica diaria determinada por el Gobierno.
La II Guerra Fría la ganará el modelo chino. Es decir, el de ese confucionismo para el que el colectivo lo es todo y el individuo no es nada. Aunque está por ver si lo hace en territorio americano, ruso o chino. De momento, en España ya tenemos terreno ganado: nuestra tradicional sumisión al cacique de turno nos convierte en el receptáculo perfecto para que el fin del humanismo europeo empiece por aquí. Perderemos la libertad, pero las cadenas serán biodegradables, como nuestros cadáveres.