Aterrorizado por el nombramiento de Diana Morant como heredera oficiosa de la baronía valenciana (lo del Ministerio de Ciencia es puro calentamiento en banda), Ximo Puig ha exigido que los madrileños paguen impuestos en Madrid y también en Valencia en castigo por su insistencia en vivir, trabajar, producir y prosperar por encima de las posibilidades del socialismo nacionalista que se ha enseñoreado del Levante español.
Puig lo ha llamado efecto capitalidad, que es algo así como el efecto guapo que hace que David Beckham ligue más que Ximo Puig, pero en el terreno económico.
Pero puestos a medirnos los efectos, que empiece Puig compensando a los alicantinos y los castellonenses por el efecto capitalidad de Valencia, a las comunidades de secano por el efecto playa que beneficia a las comunidades del litoral mediterráneo y a los trabajadores españoles por el perjuicio que el efecto socialismo provoca en sus bolsillos.
Ninguna otra comunidad española ha tenido entre sus manos la oportunidad de la que ha disfrutado la valenciana tras una década de procés en Cataluña que ha centrifugado hacia tierras más libres, menos violentas y más amables fiscalmente a empresas, profesionales y familias. Si alguna comunidad estaba destinado a ser la Netflix del VHS catalán, esa era la valenciana.
La cercanía geográfica, el buen vivir y el clima, es decir todo aquello que no depende de los funcionarios del Gobierno regional, jugaban a su favor.
La izquierda local, la progresiva marginación del español y la deriva nacionalista, en su contra.
El resultado ha sido manifiestamente mejorable. Valencia apenas ha captado un 10% de la riqueza que ha huido de Cataluña. Madrid, en cambio, ha captado el 60%. El Gobierno de Ximo Puig ha visto pasar frente a sus narices la gallina de los huevos de oro catalana en dirección a Madrid y en vez de tentarla con pienso ha decidido dejarla pasar de largo. Hoy exige que le corten la cabeza para disputarse los despojos con la propia comunidad catalana, que pide lo mismo que Valencia y con similares argumentos.
Los datos de la Autoridad Independiente de la Autoridad Fiscal (AIREF) al cierre de 2020 confirman que entre la vía liberal de éxito madrileña y el barranco nacionalista catalán, el Gobierno regional valenciano ha escogido tirarse de cabeza por el segundo. Ahí está el resultado. Baleares, Cataluña y Valencia (los países catalanes) fueron las tres comunidades que registraron las mayores caídas del PIB durante el año de la pandemia, arrastrando a la baja la economía del resto del país.
Aunque la verdadera medida del fracaso valenciano no debe medirse tanto en caída del PIB como en potencial desaprovechado. ¿Dónde estaría ahora Valencia si su presidenta fuera Isabel Díaz Ayuso y no Ximo Puig? La respuesta es obvia.
Valencia es, además, la cuarta comunidad española que más presión fiscal ejerce sobre sus ciudadanos, sólo superada por Cataluña, Aragón y Asturias, y seguida a corta distancia por Extremadura y Navarra. De ahí que la economía sumergida suponga hoy el 24,8% del PIB valenciano. En Madrid es sólo del 16,2%, la menor del país. Un dato difícil de desvincular del hecho de que Madrid es también la región que menos presiona fiscalmente a sus ciudadanos y sus empresas.
A más impuestos, más fraude y menos recaudación. He ahí una regla de la física económica todavía no comprendida de forma correcta por el socialismo español.
Madrid es también la comunidad que más contribuye al fondo de solidaridad interterritorial, la hucha común de la que se benefician otras comunidades españolas (y entre ellas la valenciana), con casi un 70% de la cantidad total y a mucha distancia de la segunda, que es Cataluña, con un paupérrimo 24%.
Otro dato. En 2001, Valencia suponía el 9,8% del PIB español. Una década después, al inicio del procés, rondaba el 9,3%. Ahí sigue hoy, a pesar de la decadencia acelerada de su vecina catalana.
Un último detalle. De hacer caso a los sondeos regionales, Ximo Puig habría sido incapaz de recoger un solo escaño de los 18 que se le han caído a Ciudadanos. Puig, de hecho, apenas sube dos escaños en esos sondeos, cuando Compromís y Unidas Podemos pierden conjuntamente seis. Al presidente valenciano sólo le salva el hecho de que Compromís ejerce de tapón en el espacio electoral que podría ocupar sin problemas, y con mucho más éxito, un Más Madrid valenciano. A Ximo Puig, en fin, ha empezado a ponérsele cara de Ángel Gabilondo. Y no es una cara agradable de llevar.
Seamos serios, señor Puig. No hay mayor desigualdad entre ciudadanos españoles que la provocada por la existencia del concierto económico vasco y por el dopaje sempiterno de la alta burguesía catalana por parte del Gobierno central.
Si al presidente valenciano le interesara realmente la armonización fiscal entre comunidades, empezaría por las dos que más se han beneficiado, en democracia y en dictadura, de los privilegios industriales, arancelarios, económicos y fiscales concedidos por los distintos mandamases nacionales durante los últimos cien años.
La incapacidad valenciana para atraer las inversiones, el turismo y el comercio que huyen de Cataluña día a día no es culpa de Madrid, sino de la ceguera ideológica y de la incapacidad política y profesional de un socialismo más interesado en rapiñar recursos ajenos generando agravios folclóricos y churriguerescos entre comunidades que generando prosperidad entre sus propios ciudadanos.
Tampoco es culpa de Madrid que los hospitales de emergencias valencianos salgan volando a la primera brisa, que Mónica Oltra sea un estandarte del populismo de extrema izquierda más tóxico de este país o que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Valencia haya confirmado que la oposición tiene derecho a conocer los datos de las subvenciones públicas concedidas al hermano de Ximo Puig.
¿Y de qué piensa vivir Puig cuando el dinero de los madrileños se le acabe como se le ha acabado el dinero de los valencianos? Madrid es a Valencia lo que el bloqueo a Cuba. La excusa para el enésimo fracaso histórico del socialismo.