Nada más soltar el equipaje en el apartamento (sitio en alto al que llamo mi torre de Montaigne frente al mar; aunque no es mía, sino prestada), bajo para dar una vuelta antes de comer. Y entonces, con la brisa y el flamear de los toldos, las flores, las palmeras, la espuma de las olas y su bramido, los lejanos bañistas, siento una plenitud de tiempo intacto. Agosto está entero y es todo promesa.
Me siento en el mirador metafísico (una barandilla de tablas al horizonte azul) y me demoro en la sensación. Tal vez sea este el mejor momento de las vacaciones, porque contiene todos los momentos. Ninguno, al cabo, poseerá esta pureza previa a su realización. Es el instante de la expectativa absoluta. Me asomo al mes como me asomo al mar.
Me levanto y veo muy en lo hondo, entre las rocas, a una mujer en topless. Toma el sol, ajena al mundo, componiendo una postal. Está sola como están solas las diosas. Me acuerdo de unos versos de Ricardo Reis: “Los dioses son dioses / porque no se piensan”. El oleaje golpea su roca, pero no la alcanza. Todo lo más le llegarán pulverizaciones marinas.
La miro sólo unos segundos, por una especie de veneración, de respeto. Pero me sigo acordando de ella. Y de la oda de Reis, de epicureísmo estoico: “Suave es vivir solo. / Grande y noble es siempre / vivir simplemente. / Deja el dolor en los altares / como exvoto a los dioses”. O a las diosas. (Del poema se hizo una canción).
De regreso en la torre, almuerzo con el mar de fondo. Y me echo la siesta, la primera siesta, en la terraza: adormilamiento y lectura. Me he traído pocos libros, porque quiero escribir más que leer, de acuerdo con la frase de Karl Kraus que me ha dado por repetir últimamente: “Un escritor que se pasa el día leyendo es como un cocinero que se pasa el día comiendo”. Pero lo que segrega esta proscripción es, ya saben, un placer pecaminoso.
Propósitos de agosto nuevo, podría decirse. Todo parece posible otra vez. Acción en el oro del tiempo. Días completos, muchos días, a mi disposición. Parece mentira que uno vaya a ser el último. Está tan lejano ese día. Tendrá también su encanto, un encanto crepuscular, el melancólico encanto del fin de las vacaciones. Pero ahora parece inconcebible.
Hoy saboreo la sensación de todo agosto por delante.